Corría un chiste por ahí que definía la decepción como
reacción que produce en el ánimo de un cliente de entidad bancaria comprobar
que la persona que le va a conceder el crédito no es la misma que, sonriendo,
le invita a solicitarlo en televisión.
Me acordé cuando fui a mi banco de siempre para que me dijeran en qué condiciones transferían a mi cuenta
corriente el dinero contante y sonante del que puedo disponer en mi tarjeta de
crédito.
Conecté con el alter ego del publicitario de la pequeña
pantalla protagonista del chiste que me informó del mejor procedimiento, me
hizo las cuentas y, con unos datos de intereses a pagar y plazo generoso para
devolver la cantidad prestada, me invitó a regresar al día siguiente a ultimar
la operación.
Torné, optimista y esperanzado y voy a resumir lo que me
ocurrió.
(Sí ya sé que estamos en Semana Santa y tal vez se
considere como prosaico e inadecuado comentar un tema como éste, pero el tiempo
no se para aunque deseemos detener los relojes cuando desfila el cortejo de la
cofradía que nos llega al alma bajo la luna de plata y entre naranjos en flor.)
Mi sonriente y receptivo amigo me condujo a la presencia
de una eficaz señorita que me presentó como gestor de banca personal, dejándome
en sus manos. De inmediato ésta me invitó a firmar una serie de documentos: Un
contrato de modificación de mi cuenta actual de 12 folios... una información previa
al contrato de crédito de 3 folios y un consentimiento para la utilización de
firma manuscrita digitalizada de 1 folio.
Cuando le dije que no tengo por costumbre firmar sin
enterarme de lo que firmo, me contestó que no podía dejármelos sin haberlos firmado,
que ella me resumía el contenido.
Acepté a regañadientes.
Entonces me informó que el banco me regalaba una acción y
tornó a poner papeles a firmar ante mis narices: Un contrato básico de
servicios de inversión en valores e instrumentos financieros de 6 folios y un contrato
tipo de custodia y administración de valores de 8 folios.
Repudié la acción. ¿De qué me iba a servir convertirme en el mínimo accionista del banco? (Supe que
otro peticionario antes que yo había hecho lo mismo).
Pregunté cuándo me ingresaban en cuenta el dinero pedido
y, para mi sorpresa, me contestó con otra pregunta: ¿en qué me iba a gastar los
fondos que me concedían?, demostrable con facturas o presupuestos.
No aguanté más. Agradecí sus servicios y anulé la
operación.
Aun me quedaba un tocho escritural: el contrato de
modificación de la cuenta que tenía, 11 folios.
¿Me los puedo llevar a mi casa para leerlos con
tranquilidad?... inquirí al final.
Por supuesto, contestó. Anotó en la cabecera de la
primera hoja “Anulado” y me los entregó dentro de un sobre grande.
Aquí lo tengo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario