Jamás me convertiré en un estratega de café. Me causan
una explicable ternura contemplar, en el repaso de las páginas periodísticas
del siglo diecinueve, las arriesgadas decisiones de aquellos sesudos
contertulios dispuestos a resolver con templados movimientos de tacitas o azucarillos,
los avances estratégicos en los campos de batalla de cualquiera de las
contiendas de aquella centuria.
Pero no he tenido más remedio que rememorar aquellas inocentes
digresiones tertulianas atendiendo varias reuniones televisivas que en estos
días han tomado los incidentes sevillanos de la última Madrugada como temática
de sus encuentros.
El antecedente más directo de esta agresión se halla en
los sucesos de la Semana Santa sevillana del 2000 y a ello dediqué un libro “Madrugada
de Pánico”, agotado en su día, del que se ha vuelto a hablar ahora.
Nadie de los que han participado en las tertulias a que
me refiero creo que se lo haya leído. ¡Cuántos desatinos he llegado a oír!
¡Cuántas propuestas aventuradas! ¡Cuánta ignorancia facturada a buen precio!
La Madrugada mágica de la conmemoración religiosa más
importante de la ciudad pudo establecerse, mantenerse y crecer asentada en las
formas peculiares de convivir en comunidad del pueblo sevillano. Sin la llamada
“cultura de la bulla”, herida de muerte aquel infausto año de los tres ceros
esto no hubiera sido posible jamás.
Lo malo fue que las autoridades gubernativas y policiales
de entonces se basaron en ella para dejarla sin protección y cuando las
judiciales, jueces y fiscales, buscaron a los detenidos por la comisión directa
de los desafueros, se encontraron que solo había uno y éste, atrapado por la
Policía Local, ofrecía tan débiles sospechas de culpabilidad que pronto quedó
en libertad.
Ahora es distinto. Se detuvieron a ocho iniciales inculpados
y tres han sido enviados a prisión
provisional por el juez. Hay que seguir confiando en los profesionales. Lo
demás puede no dejar de ser más que un vademécum de buenas intenciones. Pura
estrategia de café.
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