No en el palco del teatro ni en el palco de las cofradías
de la plaza de San Francisco, sino en el palco de la presidencia de los toros
que es donde en Pamplona permiten que los titulares de la gestión pública local
lleguen y accedan mandando en la corrida y degenerando en el oficio. Que ya se
sabe que así decía Juan Belmonte hablando de aquel banderillero suyo que había llegado a ser gobernador:
degenerando.
La política de turno se acomodó pues en el sillón presidencial
vestida tal corresponde para seguir la línea inaugurada por el alcalde de
embutirse en un chaqué y tocarse con sombrero de copa. Cumplió con el cometido
que se esperaba de ella y al final coronó su periplo con lo que todo político
que se precie sabe y presume de hacer mejor: política.
Se enfrentaba Alberto López Simón a un morlaco de Fuente
Ymbro que le dio la lata a base de bien y hasta llegó a alcanzarle haciéndole
dar una feísima voltereta. Pero el muchacho aguantó el tipo, lo toreó con gallardía y lo tumbó de un
excelente estoconazo.
El público le pidió la oreja. Se intuía que reclamaría
las dos. Pero allí estaba la presidenta para concederle una sola. Sacó el
pañuelo y lo retiró después. El respetable insistía en su petición. Ella volvió a mostrarlo y lo dejó sobre el barandal.
La impresión generalizada era la concesión de los dos
trofeos. Así lo entendieron los tendidos y se apagó el ruidoso reclamo. Pero la
cosa no estaba clara. El alguacilillo no sabía qué hacer. El asesor artístico
levantó un dedo. Era una sola aunque la creencia de otorgamiento del doble
trofeo había sofocado el griterío.
Política pura. Sugerir, aparentar y no dar. Cuando en el
problema catalán se habla de que hay que hacer política me pregunto si están
pensando en buscarle agujeros a la Constitución o en el pañuelo de la
presidenta de los Sanfermines.
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