¿Más que las sevillanas del Olé?...
Más. ¿Más que eso de “Lloran los Pinos del Coto”?... Más. ¿Más que “La buena
gente”?... Más… ¿Más que…?...
Más que todo lo que pueda
recordarse. Y todos los días. Y en todas
las Hermandades…
Lo que más se canta en el Rocío es
“Salve, Madre”…
¡Ah!... Bueno; pero eso no es una
canción. Eso es un rezo. Es la Salve a la Virgen.
La Salve litúrgica será la
traducción de Salve Regina, Mater misericordiae que suele entonarse en latín,
el idioma en que se creó y, durante algún tiempo, se atribuyó a Bernardo de
Claraval. (Ahora se sabe que éste sólo añadió la invocación final: O clemens, o
pia / o dulcis, Virgo Maria). Esto es otra cosa. Una Salve popular nacida en
Sevilla y extendida rápidamente al Universo cristiano.
En las líneas que siguen voy a
recordar cómo fue este nacimiento.
A finales de los felices veinte,
cuando los sevillanos estábamos metidos en los preparativos de la Exposición
Iberoamericana, se le ocurrió al Cardenal Eustaquio Ilundain y Esteban que
ocupaba la silla arzobispal organizar un Congreso Mariano en el que España, Portugal y las
naciones de allende el Océano de cuyo conjunto muchas acababan de superar las
tensiones de su emancipación, se dieran un abrazo fraterno amparados por la
creencia compartida de la mediación de la Virgen María.
Agradó la idea al Papa que era Pio XI y así tuvo lugar
el Primer Congreso Mariano Hispano Americano que se celebró en nuestra
ciudad del 15 al 21 de Mayo de 1929.
El clérigo José de Vides y
Sacristán, a la sazón párroco de San Pedro y San Juan Bautista, fue nombrado
Secretario General y escribió la Crónica de esta magna Asamblea que dio para un
voluminoso libro de mil sesenta y dos páginas y cerca de medio centenar de
fotos en blanco y negro en donde quedaron recogidas las personalidades
asistentes y algunos de los actos complementarios celebrados, entre los que se
contaron una gran procesión mariana con la Virgen de los Reyes que recorrió las
calles el domingo 19 de mayo, una Cabalgata Histórico Mariana, que lo hizo
antes y la representación de un Auto Sacramental escrito por Calderón de la
Barca y titulado “San Fernando y la Virgen de los Reyes”.
Un Congreso tan importante
necesitaba su himno y recibieron el encargo de escribirlo el músico Eduardo
Torres y el poeta Restituto del Valle.
Los dos, sacerdotes y el primero miembro de la Junta organizadora del Congreso
en su calidad de Maestro de Capilla de la Catedral.
Fruto de su inspiración y su trabajo
fue este tema de la polifonía religiosa dado a la luz inicialmente para órgano
y masa coral y titulado en su origen “Salve, Madre, en la tierra de mis amores”
cuya letra completa es la que sigue:
Salve, Madre,
en la tierra de mis amores
te saludan los cantos
que alza el amor.
Reina de nuestras almas,
flor de las flores,
muestra aquí
de tu gloria los resplandores,
que en el cielo tan sólo
te aman mejor.
Virgen Santa, Virgen pura,
vida, esperanza y dulzura
del alma que en ti confía,
Madre de Dios, Madre mía,
mientras mi vida alentare,
todo mi amor para ti,
mas si mi amor te olvidare,
Madre mía, Madre mía,
aunque mi amor te olvidare
tú no te olvides de mí.
El autor de este hermoso poema, Restituto
del Valle Ruiz, fue un Ilustre agustino, gran poeta y formidable crítico.
Nació el 10 de junio de 1865 en
Carrión de los Condes, donde cursó el Bachillerato. Estudió Filosofía y Letras
en Zaragoza y Madrid y la carrera eclesiástica en Valladolid y El Escorial.
Compuso la letra de numerosos himnos
y cantos religiosos, como el «Himno a San Agustín» o el «Himno a la Virgen de
Covadonga».
El compositor Eduardo Torres Pérez
era valenciano, de Albaida, donde había nacido en 1872.
Fue maestro de capilla, organista, compositor,
crítico musical y director de coro.
Alumno de Salvador Giner y de Joan
Baptista Guzmán en su etapa de infante de coro de la Catedral de Valencia.
Tras haber coronado con éxito sus
estudios religiosos, accedió a las
plazas de maestro de capilla de las catedrales de Tortosa en 1895, y de Sevilla
en 1910, iniciando así su etapa más prolífica.
Desempeñó la crítica musical de la
edición sevillana del diario ABC desde 1929, y ejerció además el magisterio de
música en el Hospital Provincial, en la Sociedad Económica de Amigos del País y
en el Conservatorio.
Fue sucedido por Norberto Almandoz
Mendizabal
Todos los años en el tramo final de
los cultos solemnes al Cristo del Calvario, se cantan cada noche las famosas
coplas al Cristo. La partitura es obra suya. (La letra, de Pedro Alonso –
Morgado)
Y los devotos al Santísimo el día
del Corpus o siempre que acompañan con cánticos una procesión eucarística,
entonan “Cantemos al amor de los amores”, «Himno de los Adoradores» que fue el oficial del XXIII Congreso Eucarístico
Internacional. La letra es de Restituto del Valle. (La música, de Ignacio
Busca)
Ante el Monumento a la Inmaculada en
el vértice de las noches del siete y el ocho de Diciembre, la Sevilla
tradicional que defendió el Dogma, se anticipa a que le rindan tributo las
Tunas Universitarias, cantando el “Salve Madre”. Y cada vez que los rocieros
miran a la Blanca Paloma que les espera en las marismas almonteñas, entonan
esta invocación también.
Es lo que más se canta en el Rocío.
Sin duda ninguna.