Un día buscaba yo unos datos en la Hemeroteca y me
tropecé con una noticia de sucesos que me llamó la atención. No recuerdo ahora
si estaba publicada en La Unión o en El Liberal que eran dos rotativos de
contrarias ideologías como puede colegirse y dejaron de publicarse antes de que
aparecieran las ediciones periodísticas en Internet, tsunami de la información
escrita que está haciendo temblar los cimientos en apariencia más fortalecidos
de la prensa tradicional.
Decía que en la calle Torneo un automóvil Ford que
circulaba a la alocada velocidad de sesenta kilómetros por hora había atropellado
al anciano de cincuenta y cuatro años don Fulano de Tal y Cual que había tenido
que ser atendido de magulladuras y erosiones varias.
La edad y la velocidad suscitan todo tipo de comentarios.
“Cómo está el mundo, señor Macario” cantaban dos madrileños típicos en una
zarzuela arrevistada ponderando que en el tiempo que invertía un Simón en
llegar desde la Bombi a la Gran Vía volaba un avión desde Cibeles a Nueva York.
El nuevo presidente de los Estados Unidos tiene setenta
años y una jovencita rubia a la que quiero mucho acaba de cumplir ochenta. Le
dimos el otro día una comida sorpresa y se puso a bailar divertida cuando
advirtió el número de comensales familiares que se habían congregado para
felicitarla.
Le cantamos el Happy birthday to you, en español como es
natural y nos dejamos invitar por ella a champán tras haber soplado la preceptiva
tarta de las ochenta velas.
Corremos más pero, paradójicamente, permanecemos más
tiempo en este mundo. Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Y que
sigan por ahí. Los nietos se benefician de estos avances. Y los matrimonios
jóvenes que utilizan a los abuelos como guarderías.
La jovencita rubia de las ochenta primaveras me envía
mensajes por el WhatShap y se ha matriculado en una clase de inglés. Le deseo
que cumpla ochenta más. Felicidades, hermana.
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