Así que noviembre se asomaba en el almanaque, los
escenarios teatrales abrían los decorados del “Don Juan Tenorio” que era el
drama tradicional que se representaba cada año por estas fechas. Muy distintas,
dicho sea de paso, a las veraniegas que ocupó el autor de la obra, el inmortal
Zorrilla, para escribirla en un figón de la calle Sierpes. Pero, a lo que iba,
eso ya es historia. Ni el “Don Juan” sube a la escena hoy como no sea en
teatros marginales en los que destacan algunos colegios, ni siquiera existen
los coliseos consagrados al arte de Talía.
Ahora nuestros niños y jóvenes se
disfrazan de enterradores, trasgos y espíritus malignos, para darnos miedo que
es exactamente lo contrario de lo que siempre hemos hecho los andaluces ante la
visita inapelable de la Parca.
Emilio Segura, el radiofonista y actor cinematográfico y
teatral, de imperecedero recuerdo, guardaba un anecdotario sabrosísimo crecido
a la sombra de este producto escénico en el que, por vía y obra de la imaginación
zorrillesca, el principal protagonista, burlador de Sevilla como anticipara Tirso , debía ser un mocetón atractivo,
musculado y ágil, capaz de enfrentarse a sus competidores en peleas a cuerpo
limpio o ganar a su rival don Luis Mejías o al Capitán Centellas espada en
mano.
El contraste lo ponía la dulce e inocente doña Inés,
imaginada como frágil novicia de menguado peso. Y el problema se gestaba cuando
las respuestas de la báscula eran contrarias, cosa que solía suceder si, al protagonista
varonil lo interpretaba un actor delgadito y a la Doña Inés una rolliza moza.
Obviamente, el final de la escena del sofá cuando la
monjita se desmaya en brazos de su seductor tenía que ser cambiado.
La vocalización del texto también solía dar problemas. En
el San Fernando recitaba Juan Santacana, actor catalán coetáneo de Margarita Xirgú,
aquello de “Llame al Cielo y no me oyó
y, pues sus puertas me cierra, de mis pasos en la tierra, responda el Cielo, no
yó”.
Lo hacía con el acento que suele poner hoy en el Congreso
el político catalanista Francesc Homs cuando habla para los suyos y, claro, no
pudo evitar que, desde el gallinero, saliera una voz que le decía:
--Oírte sí te oyó, pero no se enteró de nada de lo que
estabas diciendo.
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