Participando en un grupo de cofrades actuales, ni jóvenes
ni viejos, sino todo lo contrario, se me ocurrió preguntar el otro día ante quien
fue llevado en primer lugar Jesús por los que le detuvieron, ante Anás o ante
Caifás.
De cinco que eran acertó uno.
Esto que no es más que una pura anécdota tiene sin
embargo un significado que yo personalmente enlazo con aquella frase que dijo
un día el catedrático y pregonero don José Ortiz al recordado Chano Amador en
el programa “Carrera Oficial”:
-- Chano, vamos hacía una fe civil. Y esto no es bueno.
Creo que ante la invasión de materialismo, hedonismo y
epicureismo que padecemos, unida a la manipulación, interesada por rentable, de
la figura de Jesucristo, de su Madre María y de todo el Evangelio, los cofrades
debemos hacer algo y decir algo
Si continuamos dedicados a nuestro quehacer de siempre,
cómodamente instalados en unas estructuras, las cofrades, que a muchos sirve
para tranquilizar su conciencia, a otros para acudir a la caída de la tarde a
un casinillo de amigos y, a los menos, a dejarse las horas de legítimo asueto
ensartadas en engorrosas labores de mayordomía, secretaria o priostía,
voluntariamente aceptadas como Jesucristo aceptó su cruz, alguien podrá decir que estamos tocando el violón.
Y no es así porque el movimiento cofrade, perfeccionado y
adaptado desde sí mismo, cada vez atiende mejor a las exigencias que la Iglesia
le plantea haciéndose indispensable en los momentos actuales en los que no
pocas organizaciones eclesiales languidecen o casi han desaparecido.
Por primera vez en sus muchos siglos de historia las
cofradías se enfrentan a retos inéditos:
Han de buscar, como la Iglesia de la que forman parte
importante, la verdad, aunque se resientan estructuras y creencias elementales.
Han de plantar cara a los desafíos de la sociedad en la
que están integradas, antes receptiva, curiosa o tolerante y hoy, además o, por
desgracia, en vez de lo anterior, indiferente o progresivamente agresiva desde
sus crecientes sectores de marginalidad e incluso desde núcleos determinados de
ateísmo militante.
Han de enfrentarse con las páginas en blanco de la
escritura común con las otras religiones que creen en el mismo Dios, especialmente
la islámica, de la que no existen antecedentes válidos.
Han de continuar su camino cada vez más erizado de
dificultades sin el paraguas protector del Estado confesional que han de
sustituir afinando su diplomacia cuando los poderosos de turno no se muestran
proclives a la colaboración.
Y, por encima de todo, han de seguir proclamando la
Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, haciendo hincapié en esta última
porque, como dijera San Pablo “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”.
Modestamente creo que conviene seguir reflexionando y
anotar el fruto de estas reflexiones.
(Más sobre el tema en mi libro “¿El fin de las
cofradías?”. De venta en librerías. Ejemplares firmados en Papelería Veracruz.
Jesús de la Vera Cruz, 27)
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