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Nos acostumbramos a la
gracia inteligente del recordado Mingote y, para mí, que nos hizo penetrar en
el sentido de mensaje editorial de los chistes de la prensa escrita como
Rodríguez de la Fuente nos obligó con suavidad a mirar con otros ojos a los
animales.
En el agreste entorno
donde vivimos, exacerbado con mensajes hirientes en los tiempos electorales,
los humoristas, con un puñado de palabras y cuatro o cinco monigotes dibujados
aprisa, descorren cada día las cortinas del escenario donde consiguen situar la
profundidad de sus reflexiones.
Acabo de recortar la
viñeta de Puebla que venía ayer en el ABC. Dos monjas cocineras se multiplican
repartiendo platos de sopa a una pareja de hambrientos en presencia de un
hombre que, cuando se acerca a la humeante olla, dice a las religiosas:
Gracias. Ya he comido. Yo vengo a cobrarles el IBI.
No cometeré la
insensatez de añadir a esta fugaz obra magistral ninguna explicación o
comentario presuntuoso. Los chistes no nacen para ser explicados.
Alguien ha dejado en
mi móvil una sentencia divertida. “Tenía tan mala suerte que le dieron un
balonazo en una corrida de toros”.
A la risa inocua se
contrapone la sonrisa reflexiva. Es una osadía explicar a los humoristas. Con
cinco monos y diez palabras son capaces de lanzar cada día el afilado estilete
de una denuncia sin que nadie se dé por aludido. Y menos los que mandaron a cobrar
el IBI.
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