Desde fuera se ve
mejor. Desde abajo, cuando se alza la mirada y sube hasta Cataluña, se aprecia
con todos los detalles la foto del despropósito. Aquel a quien llamaban
honorable y tuvo la desvergüenza de
crear ese infame slogan de “España nos roba” camina hoy cabizbajo en tanto que
se airean sus manejos para robar sin tasa.
No solo se viene
demostrando cómo ha encabezado las prácticas de un grupo delictivo sino que su
postura despótica se ha agravado considerablemente con el engaño a su propio
pueblo.
Sin embargo, éste o,
al menos, una fracción amplia aunque no mayoritaria de él, se desgañita en
alaridos de alegría buscando contagiar a los demás al grito de Cataluña
independiente. Peligroso despropósito.
Si no fuera porque lo impide
el buen sentido más de uno de los que antes fuimos tachados de ladrones, esperaríamos
con gusto el descarrilamiento, cuando presuntamente los alaridos de alegría se
transformasen en peticiones de ayuda.
Los catalanes que se
quieren ir no saben en su estulticia que los españoles que deseamos la unidad
estamos de ellos hasta el gorro. Y que si fuera posible meterlos a todos en un
Jumbo y echarlos a volar daríamos lo que fuera para comprarles los pasajes.
Bien por Rajoy y por
Sánchez. Y que sigan los almuerzos. Ahora con los otros. La paciencia tiene un
límite. La aplicación del artículo 155 significaría ponerle a Mas la maleta en
la puerta y pegar un portazo. El y sus enloquecidos seguidores se lo habrían
ganado a pulso. Pero sería lo último.
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