Desde mi particular observatorio, que no es otro que el
rincón de mi casa con el ordenador ante el que me siento para sacar brillo a
mis horas, me da la impresión de que estamos perdiendo sentido del humor.
Y lo malo es que las ganas de reír que perdemos nosotros
las están encontrando personajes de tan alejado aspecto para la sonrisa
comunitaria como el señor Puigdemont, el conocido político catalán no solo por
el papel que representa sino por la despeinada peluca que luce orgulloso lejos
de advertir que le debe estar grande para el tamaño de su perímetro craneal.
Puigdemont se ha lanzado a la arena periodística
anunciando que se llevaba la Generalitat a Gerona y esto no ha gustado nada a
todos los que quieren que siga funcionando donde se halla ahora. Probablemente
porque les pilla más cerca de casa que es justamente la razón aducida para
justificar el traslado.
Oleada de repulsa en los mensajes de los móviles.
Revuelta soterrada a través de las aguas turbulentas de la reacción amplia de
los que viven del régimen catalán a costa del resto de los españoles como es
sabido.
¿Y esto es una inocentada?... Ni tiene gracia ni nada.
Eso habrán pensado los posibles afectados al aclararse el engaño.
Y, probablemente, lo mismo habrá ocurrido a aquellos a
los que no ha complacido la difusión, luego desmentida y atribuida a la inocencia
de una broma, del cambio de nombre de Burger King añadiéndole la u que falta
entre la ge y la e para castellanizar la palabra.
Engaños falsos. Burlas con mal ángel. Falta de
imaginación.
Tampoco se
encuentra ésta en los augurios inexistentes de este año cerrado sin que salte a
la palestra ningún Rappel que nos aclare qué es lo que va a suceder en el
siguiente.
Pensaran que ahora lo hacen los que echan las cartas en algunas
televisiones en horas nocturnas.
Aunque algunos, con decepciones acumuladas en las
alacenas del desencanto, dirán sin recato que para eso están los nuevos
políticos.