Vamos a ser serios y coherentes. O fundamentamos estas
Fiestas Navideñas en los Santos Evangelios o nos las llevamos a un departamento
creativo de una agencia de publicidad de la Quinta Avenida de Nueva York.
Las Navidades son lo que son porque un día al Dios Todopoderoso,
Padre de la Humanidad, se le antojó encarnarse en el hombre que previamente había
creado y lo hizo tomando a una chiquilla judía y confiándole el encargo.
Eso lo cuentan más o menos así dos amigos de ese muchacho
que se llamó Jesús y vino al mundo en el pesebre de una cueva donde se
refugiaban las mulas, los bueyes y los pastores y está en Belén. A estos dos narradores
del acontecimiento los conocemos como Mateos y Lucas y sus descripciones de lo
que pasó entonces sirvieron a los padres franciscanos para inventar el Nacimiento
donde hoy vemos representados a todos los que participaron en aquel hecho
histórico que modificó sustancialmente el curso de los siglos.
Entre estos personajes podemos encontrar a los Reyes
Magos y, echando la imaginación a volar, es lícito suponer que los mágicos personajes
que visitaron al nacido y le ofrecieron oro, incienso y mirra, iban precedidos
por un cartero real para que recogiera las misivas de los niños que también se
consideraban con derecho a recibir regalos.
Trastocar todo esto y convertir nada menos que al todopoderoso
Carlos primero de España y quinto de Alemania en un funcionario de Correos como
leo que están haciendo en el Alcázar sevillano, me parece una pasada.
Es como cerrar de golpe el Nuevo Testamento y volar en un
jet a los tableros de dibujo donde se crearon Papa Noel, Santa Claus y todos
los coloristas personajes que hoy nos seducen para que compremos, llenemos las
tiendas y activemos las cajas registradoras de los grandes almacenes.
Hay que leer más e inventar menos. Aquí sobra un rey. Y
nada menos que Carlos quinto. A los chiquillos los vamos a volver locos. Luego
vienen los del Informe Pisa y dicen lo que dicen.
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