Vanidoso, prepotente, ensoberbecido, pagado de sí... Esto
he oído y leído del señor Aznar.
No ha podido aguantar el fortalecimiento
progresivo de Rajoy. Y se ha ido. Pues vaya usted mucho con Dios. Me enteré
anoche. Y he dormido a pierna suelta. Ni lloro, ni me angustio. Ni río ni bato
palmas. Me da igual. Si esta reacción mía la supiera el hasta ahora presidente
de honor de su partido le daría lo mismo. O, no. El señor Aznar se ha creído
imprescindible. Y no lo es en modo alguno.
Poco hablo de política aquí. Digo como mi quiosquero, a
mí la política no me da comer.
Pero noticias como ésta me empujan a manifestar
mi opinión. ¿Dónde va el señor Aznar, a su casa o a seguir jugando al dominó
con los frailes en Quintanilla de Onésimo?... ¿A fichar a las ocho o a
continuar poniendo la mano entreteniéndose en fundaciones o inventos parecidos
para seguir metiendo la cuchara en la olla gorda?
Edurne Uriarte decía en la tertulia en la que interviene
periódicamente que, si va a fundar un nuevo partido, el único espacio disponible
se halla a la derecha de la derecha. No lo sé.
Lo que sí conozco bien es el tiempo en que vivimos que no
es nada propenso a intrigas palaciegas, ni decisiones infantiles de envidia
cochina. Hay que bajar a la arena como ha hecho la ministra de los ojos bonitos
volando hasta el campo de batalla (dejémonos de eufemismos maquilladores) donde
se juegan la vida nuestros soldados.
Mientras el terrorismo internacional nos amenace a todos
y no seamos capaces de defender a nuestras mujeres de ese otro terrorismo que
es la violencia machista, ¿qué puñeta nos va a importar que se largue el señor
Aznar?
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