Lo decía no ha mucho el recién nombrado presidente de su
consejo de administración, Rafael Porras. Si Canal Sur hubiese sido una empresa
privada ya hace tiempo que habría tenido que cerrar. Afortunadamente no es así.
Los pronósticos pesimistas que se avanzaban por los agoreros especulando sobre
su extinción no se han cumplido y los
andaluces podemos seguir disponiendo de un valioso instrumento para que seamos
más instruidos, nos distraigamos mejor y nos consideremos adecuadamente
informados.
Pero cómo se paga todo esto... Una empresa privada
acudiría al mercado de capitales. Canal Sur, al contrato programa con la Junta
de Andalucía, colchón protector de incapacidades y desvíos que, a la larga, se
cubre con nuestros bolsillos.
Ahora bien, esto es solo una parte de la financiación
necesaria para seguir funcionando. La otra hay que conseguirla del mercado de
la publicidad y aquí sí que se alza un problema cada vez más agigantado. Que la
tarta publicitaria es una y los comensales muchos y muy voraces. Que la suma de
las cantidades invertidas por los departamentos de marketing de las empresas
privadas en consumo publicitario, la llamada tarta de la publicidad, no crece caprichosamente
sino que se acomoda a las estrictas medidas del plato que la sustenta. Y que la
oferta con la que se muestra la suculenta tarta cada vez es más variada y se
adapta mejor a los gustos de sus consumidores.
Difícil lo tiene Juan Vargas Ruano nombrado en el nuevo
organigrama para sentarse a la mesa y esgrimir cuchillo y tenedor. Cuando se
creó Canal Sur, allá en el lejano 1989, se trajo de Madrid, de la Gerencia de
Publicidad de Televisión Española, nada menos que a su titular, Pedro Recuenco,
un carismático publicitario, desafortunadamente desaparecido hace unos veranos en
un accidente de automóvil, al que instaló lujosamente en una suite del Hotel
Colón y dotó de Visa oro para sus gastos.
Con Recuenco, todo lo que se invertía era rentable. El
hasta entonces gerente de publicidad del Ente Público disponía de los teléfonos
directos de la totalidad de los altos ejecutivos que en España firmaban los
contratos de difusión comercial y sus opiniones, sugerencias y consejos eran
escuchados y atendidos por los más escogidos gestores de las empresas
anunciadoras.
Me consta con toda certeza porque trabajé a su lado desde
que en 1986 me nombraron Delegado en Andalucía de la Dirección de Recursos, Comercialización
y Publicaciones de RTVE.
Hoy, ni está Pedro ni han llegado a nuestros días gran
parte de estas firmas empresariales y la ausencia es mucho más notable en
Andalucía cuyo tejido industrial ha ido decreciendo con el correr de los
tiempos hasta alcanzar ese veinte por ciento de mano de obra desocupada que
habría que colocar en nuevas empresas si los poderes públicos facilitasen la
llegada de capitales inversores foráneos.
Difícil lo tiene Vargas, sí. Al frente de un departamento
que han llamado de innovación y negocios y engloba el ámbito publicitario. Los
recursos externos dependen de él. Hay que desearle suerte.
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