Me aterra que me den un premio. Ni distinción ni suerte en
los cupones o en la lotería. No quiero premio alguno. Me parece que es una
lamentable mala suerte eso de ser distinguido por algún jurado o por la suerte
misma. Y sobre todo me angustia que se enteren los demás.
Si los premios se dieran en secreto... si no se enterase
nadie... A lo sumo tu mujer, tus hijos y los cuatro amigos que te aprecian,
vale. Pero eso de aparecer en la prensa y que te llamen de la radio y que también
te mencione la niña guapa de la tele que ves todos los días, la verdad, me pone
la carne de gallina.
Te dan un premio y los de siempre te ponen verde. Aunque
te den abrazos de congratulación y te manden afectuosos mensajes por el
whatshap. Verde que te quiero verde. ¿Y a éste por qué?.. .¿Y qué ha hecho éste?...
Y empiezan a contar esa vida tuya que no has vivido llena de lindezas
impublicables.
Pero te toca la lotería y es peor. Apenas se divulga la
pasta que vas a cobrar empiezan a lloverte recados por escrito, por el móvil y
hasta con visitas personales contándote tragedias y problemas que podrías
solucionar con parte del dinero que ingresarás en tu cuenta corriente y te
encogen el corazón.
No quiero premios. De verdad.
Hoy se entregan los de la prensa. Le conceden dos que me
parecen extremadamente merecidos a un par de amigos, antiguos compañeros. Enrique
García Gordillo y Fernando Gelán.
A ambos les he dejado recados cariñosos en sus correos
electrónicos y les he dado la enhorabuena.
Si hubiera sido yo el receptor no me hubiese extrañado
que alguien me transmitiera el pésame.
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