Al cielo y más arriba. Allí suben sus palabras los
hombres de luces que se juegan la vida ante los puñales afilados de las fieras
cuando quieren dedicar su faena a alguien que no se halla ya en el mundo de los
vivos. Brindis al Cielo que estará más arriba del que llegamos a ver porque ya
nos dijeron los teólogos que el Cielo de Dios no es el Cielo de los
astronautas. Brindis a las Alturas Celestes, a ese lugar inalcanzable para los
que depositamos los pies en la tierra hasta que nos invita a subir la escalera
de la muerte.
Así brindó su premio conseguido en la difícil y brava lid
de la competencia en el arte y la cultura un torero que no iba cubierto de brillos y
alamares y no llevaba en las manos la montera, sino que portaba el premio que
le habían otorgado sus compañeros.
De esta forma alcanzó el centro del ruedo que no era tal
sino el filo del proscenio de un
escenario y tampoco se trataba de una plaza de toros aunque se llamase
Maestranza sino el lugar donde esa noche el cine premiaba a los mejores.
Antonio Pérez, el productor de películas tan aclamadas
como “Solas”, “Nadie conoce a nadie” o “La voz dormida” recibía el galardón máximo
de los Premios Forqué que se celebraban por vez primera en Andalucía cuando
hacía tres horas que había enterrado a su madre.
Con estas escuetas palabras lo puso en conocimiento del
público y a ella, a la madre muerta, ofreció la distinción que recibía. Fue el
momento más tenso y más verdadero de una noche llena como es habitual de
sonrisas forzadas y posturas falsas.
Un brindis en la Maestranza. Ni el torero más cabal es
capaz de hacerlo mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario