Vuelve a cargar la señora Cifuentes contra los andaluces.
Y torna a decir después que espera que no nos enfademos. No sé qué es peor si
la carga o la esquinada suposición de que los andaluces somos tan tarados
mentales que nos tranquilizamos con unas meras palabras suaves después de haber
recibido un tortazo en la cara.
La señora Cifuentes es como para invitarla a una caseta
de feria. A buen seguro que saldría de ella diciendo que el jamón de pata negra
estaba chupado y la manzanilla se había torcido antes de echarnos la mano por
el hombro y añadir su suposición de que no nos habríamos enfadado porque dijera
eso.
Menos mal que la presidenta de la Comunidad de Madrid
tenía enfrente a nuestra Susana que, como siempre, no se mordió la lengua y le
soltó lo que merecía.
Pero yo creo, por andaluz y por viejo que no debía
quedarse ahí. Y ya se sabe que el diablo sabe más por viejo que por diablo.
El enfrentamiento sucedió en la conferencia de presidentes
autonómicos y en ella la armonización fiscal que pretendía nuestra presidenta
no llegó a incluirse en el documento final. La dirigente andaluza considera que
el modelo actual facilita la existencia
de comunidades que reciben mayor financiación lo que les ha permitido suprimir
el impuesto de sucesiones. No así Andalucía que se ve obligada a mantener este
tributo con el fin de sostener sus servicios públicos.
Pues, no, respetada presidenta. El impuesto de sucesiones
es una bomba de explosión retardada que tiene usted bajo sus pies. Es el
impuesto más injusto de la Comunidad. Morirse en Madrid es más barato. Los
andaluces pagamos a la Consejería de Hacienda cien veces más de lo que abonaríamos
en la capital de España y hay muchos que se ven obligados a renunciar a testamentos
a su favor porque pierden menos. Lo cual constituye una lamentable paradoja.
Un médico y abogado gaditano ya ha recurrido al Tribunal
Constitucional. Cuando falle a su favor que es de imaginar que será así y otros
sigan su ejemplo ¿qué va a pasar?...
A usted le toca anticiparse a la jugada. Siga
respondiendo a la señora Cifuentes con contundencia. Pero no se quede ahí.
¡Ah! Y no la invite a su caseta.
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