Me servía yo de un magnetofón portátil de cuerda que me
había prestado José María Salmerón, el jubilado empresario cinematográfico del
Palacio Central, al que suelo ver en las sillas de calle Sierpes en Semana
Santa, que también comandaba una agencia de publicidad, “Alto” y unos estudios
de grabación de sonido anexos a ella.
Haciendo un reportaje a Esther Williams estoy en una foto
de Gelán ampliamente divulgada.
Y con el artilugio grabador me fui al Teatro chino,
Manolita Chen, a entrevistar a la supervedete para mi programa de tarde en
Radio Peninsular en ocasión de que la carpa circense se había instalado en el
Prado de San Sebastián en época no ferial.
Me atendió la estrella momentos antes de dar comienzo la
función de noche y, cuando quise salir, me perdí entre el complejo entramado de
tabiques textiles que colgaban del interior del circo conformando pasillos y
camerinos débilmente iluminados.
Unas niñas del coro todavía con menos ropa de la que
lucían en la pista supusieron que se había colado un intruso y gritaron
histéricas.
Pronto me vi interceptado por un gigantón con linterna al que me
costó trabajo explicar las razones de mi presencia.
El incidente se aclaró de inmediato y el gigantón me
acompañó hasta la puerta despidiéndome con una fuerte palmada afectuosa en la
espalda.
Cuando la recuerdo hoy todavía me pica.
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