ATENTADOS
INCONSCIENTES A LA ESTÉTICA DEL TOREO
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La
fiesta de los toros, tan hermosa y tan hispana pero tan acosada hoy por prohibiciones lamentables tiene unas
formas peculiares de manifestarse que conviene analizar y proteger al menos
como añadido a los movimientos que surgen en su defensa.
.Desde
el atuendo histórico de los alguacilillos, servidores de la ley de los monarcas
de la Casa de Austria, hasta los mulilleros que arrastran al animal bravo cuando
el espada acaba con su vida pasando por los que abren el siempre llamado
portón de los sustos que son los
custodios de los toriles.
Los primeros personajes que aparecen
en este espectáculo son los
alguacilillos que son dos y van a caballo.
Los alguaciles o alguacilillos son los agentes de
la autoridad encargados del despeje de la plaza, o sea de dejar el ruedo libre
de espectadores o curiosos que antaño ocupaban el espacio cuando era público de
manera tan multitudinaria que se precisaba para ello la intervención del
Ejército
Luego precederán a las cuadrillas actuantes,
solicitarán la llave del chiquero que entregarán al torilero y permanecerán en
el callejón haciendo cumplir el
reglamento que rija en cada localidad hasta entregar los premios si los
consiguen los toreros
Su indumentaria es la que usaban estos funcionarios en la época de Felipe
IV, todo de color
negro y sombrero tocado con plumas.
O sea que eran lo que hoy llamaríamos policía local vestidos a la usanza de la época
Serios y solemnes como correspondía a los guardias de aquellos años en los que
mandaba el Conde Duque de Olivares.
Con este atuendo han llegado a nuestros días
En Madrid recorren el perímetro junto a la barrera,
cada uno en un sentido, hasta encontrarse en la puerta de cuadrillas. En
Sevilla caminan lentamente hasta el palco presidencial. En Pamplona
dibujan a galope tendido todo el redondel a pocos metros de los
tableros.
Forman parte sustancial de la liturgia taurina
Por eso resulta muy chocante que en algunos cosos de
segundo nivel no existan o vistan con llamativas licencias.
Cuando no están, hacen su papel caballistas locales.
Cuando actúa una mujer, el ropaje que
luce se modifica con una capita adornada con festón dorado.
En ambos casos se produce una vulneración del legado
histórico.
El torilero no debe ser nunca ese empleado de la
plaza, en mangas de camisa, pantalón vaquero y barriga cervecera que se asoma a
la puerta de chiqueros para recibir la
llave que le trae el alguacilillo. En Madrid viste traje corto andaluz con
gorrilla. En Sevilla, traje de calle completo hasta con corbata y gorra.
Redonda y de visera. En Pamplona, el traje típico roncalés.
Los mulilleros no pueden conducir el trío de mulas que
algunas veces son caballos con el mismo atavío de faena que usan para trabajar
en la cuadra. Y, menos lucir, en la espalda un letrero publicitario.
Son detalles. Dejadeces. Transgresiones. Como ya he escrito,
la fiesta de los toros es un espectáculo racialmente español. Es lástima que se
halle puesto hoy en la picota no pocas veces por ignorancia y resentimientos
encubiertos.
Convendría corregir todo lo que vaya en detrimento de
la Fiesta y se halle al alcance de sus protagonistas.
Sin quitar la razón a los protectores de los animales
que gozan de todo mí respeto.