LOS HIGOS CHUMBOS
No me atrevo a preguntar a mis nietos sin han salido al
campo alguna vez a coger higos chumbos. Probablemente me dirían que no, pero
resultaba uno de los entretenimientos más divertidos de los chiquillos de mi
tiempo.
Las chumberas crecían salvajes al borde de carreteras y
caminos y servían para delimitar propiedades y parcelas protegiéndolas de
visitantes no deseados e impidiendo que el ganado bravo abandonase sus límites
y provocara sustos y carreras.
Andrés Martínez de León, el afamado dibujante e
ilustrador taurino, cada vez que pintaba un toro en el campo lo acompañaba de
una chumbera como decorado inevitable.
Las chumberas alcanzaban una altura de dos a tres metros
y era peligroso acercarse a ellas sin evitar rozarse con sus pinchos, pero podíamos coger
sus frutos libremente con una caña que aprendíamos a usar abriendo uno de sus
extremos que se encajaban en ellos hasta depositarlos en un canasto.
Hoy ha desaparecido todo esto. Las fincas, sobre todo
aquellas donde se cría el ganado bravo, se protegen con vallas electrificadas
y las propiedades con sofisticados
sistemas de alarma.
El higo chumbo ha pasado de ser alimento de la población de escasos recursos
económicos a plato de gourmets y nuestros nietos se agarran al móvil y no lo
sueltan durante el día.
Yo y los de mi quinta recordamos aquellos higos con una irrefrenable
nostalgia.
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