martes, 5 de julio de 2022

 

ATENTADOS INCONSCIENTES A LA ESTÉTICA DEL TOREO

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La fiesta de los toros, tan hermosa y tan hispana pero tan acosada hoy  por prohibiciones lamentables tiene unas formas peculiares de manifestarse que conviene analizar y proteger al menos como añadido a los movimientos que surgen en su defensa.

.Desde el atuendo histórico de los alguacilillos, servidores de la ley de los monarcas de la Casa de Austria, hasta los mulilleros que arrastran al animal bravo cuando el espada acaba con su vida pasando por los que abren el siempre llamado portón  de los sustos que son los custodios de los toriles.

Los primeros personajes que aparecen en este espectáculo  son los alguacilillos que son dos y van a caballo.

Los alguaciles o alguacilillos son los agentes de la autoridad encargados del despeje de la plaza, o sea de dejar el ruedo libre de espectadores o curiosos que antaño ocupaban el espacio cuando era público de manera tan multitudinaria que se precisaba para ello la intervención del Ejército

Luego precederán a las cuadrillas actuantes, solicitarán la llave del chiquero que entregarán al torilero y permanecerán en el callejón  haciendo cumplir el reglamento que rija en cada localidad hasta entregar los premios si los consiguen los toreros

Su indumentaria es la que usaban estos funcionarios en la época de Felipe IV, todo de color negro y  sombrero tocado con  plumas.

O sea que eran lo que hoy llamaríamos  policía local vestidos a la usanza de la época Serios y solemnes como correspondía a los guardias de aquellos años en los que mandaba el Conde Duque de Olivares.

Con este atuendo han llegado a nuestros días

En Madrid recorren el perímetro junto a la barrera, cada uno en un sentido, hasta encontrarse en la puerta de cuadrillas. En Sevilla caminan lentamente hasta el palco presidencial. En Pamplona dibujan  a galope  tendido todo el redondel a pocos metros de los tableros.

Forman parte sustancial de la liturgia  taurina

Por eso resulta muy chocante que en algunos cosos de segundo nivel no existan o vistan con llamativas licencias.

Cuando no están, hacen su papel caballistas locales. Cuando actúa una mujer, el ropaje  que luce se modifica con una capita adornada con festón dorado.

En ambos casos se produce una vulneración del legado histórico.

El torilero no debe ser nunca ese empleado de la plaza, en mangas de camisa, pantalón vaquero y barriga cervecera que se asoma a la  puerta de chiqueros para recibir la llave que le trae el alguacilillo. En Madrid viste traje corto andaluz con gorrilla. En Sevilla, traje de calle completo hasta con corbata y gorra. Redonda y de visera. En Pamplona, el traje típico roncalés.

Los mulilleros no pueden conducir el trío de mulas que algunas veces son caballos con el mismo atavío de faena que usan para trabajar en la cuadra. Y, menos lucir, en la espalda un letrero publicitario.

Son detalles. Dejadeces. Transgresiones. Como ya he escrito, la fiesta de los toros es un espectáculo racialmente español. Es lástima que se halle puesto hoy en la picota no pocas veces por ignorancia y resentimientos encubiertos.

Convendría corregir todo lo que vaya en detrimento de la Fiesta y se halle al alcance de sus protagonistas.

Sin quitar la razón a los protectores de los animales que gozan de todo mí respeto.

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