Allí estaba el tío. En el suelo. Tendido cuan largo era.
Con el pecho de la camisa manchada de sangre y las muñecas esposadas cruzadas
sobre él …
La macabra escena correspondía a un típico crimen de
violencia de género a cuyo autor acababa de cortar la huida la Guardia Civil y
la mostró ante mis ojos uno de mis hijos interrumpiendo la cerveza festiva del mediodía
que saboreaba bajo el sol.
Todo me estaba resultando placentero e idílico hasta ese
momento. El suceso hacía poco que se había producido, pero su descripción
apresurada y la descarnada confirmación de las imágenes ya estaban circulando
por la red. Otro mundo. O, mejor dicho, este mundo de nuestros días de avances
tecnológicos hijos del desarrollo y la cultura en contraste abierto y
estremecedor con el aguafuerte de la violencia, el cerrilismo y la crueldad.
Intenté completar el suceso con las ediciones de los
periódicos en Internet. Solo encontré algo en uno de los muchos que tengo
localizados. No encendí la radio. Antes lo hacía. Hoy puedo encontrar lo que
acaba de ocurrir en el madrileño barrio de Leganés, pero no lo que ha alterado
con el alarido de la sinrazón la tranquila existencia ciudadana del pueblo
vecino.
Torné a Internet. Seguía igual.
Recordé mi época de estudiante en la Facultad . En la
boca del Metro madrileño de Antón Martín se situaba todas las tardes un
vendedor de prensa que voceaba:
--¡Informaciones! …¡Diario Pueblo!... ¡Madrid!...
Eran otros tiempos.
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