viernes, 7 de junio de 2019

AQUEL ROCÍO Y ESTE ROCÍO



Los que lo conocimos lo recordamos con nostalgia. Una romería con menos gente, con menos vallas, con menos prohibiciones, con otro horario más racional, con menos niños a caballo sin saber montar y con mucha, muchísima, más religiosidad.

Ese Rocío, el de las presentaciones de las hermandades en la tarde del sábado y la salida de la Virgen cuando acababa de estrenarse el sol en el cielo,  se perdió y ya no se recuperará. 

Se ha pasado de una peregrinación cómoda, casi íntima, a una concentración innumerable de peregrinos y, lo que es peor, se ha dejado atrás una parte no desdeñable de la motivación religiosa a la que ha sustituido la falta de compromiso cristiano y la trivialización de la fe de quienes se encomiendan hoy a la Madre de Dios.

Ya es airear reliquias sonoras volver a cantar las sevillanas  del canónigo, impulsor de la coronación de la imagen, Muñoz y Pabón ( “la Virgen del Rocío no es obra humana, que bajó de los Cielos una mañana. Eso sería para ser reina y madre de Andalucía.”  )  y  los sacerdotes que siguen siendo alzados en hombros por los componentes de las hermandades que visita la Señora en la mañana del lunes, en vez de entonar la Salve con todos ellos, como siempre se hizo, le gritan eso de ¡Rocío, guapa, guapa, guapa! que tiene resonancias de estadios deportivos.

Se decían Misas en las tres caras del altar donde se hallaba depositado el baldaquino de salida de la Blanca Paloma mientras algún clérigo que habitualmente era franciscano trataba de calmar con su oratoria la impaciencia de los almonteños. El  reloj solía marcar entonces las primeras horas del alba.

Hoy ha desaparecido el  altar.  El baldaquino aguarda solo en el despoblado presbiterio a que la turba vaya por él. Y ésta, la turba, difícilmente es contenida hasta que el simpecado de la Hermanad Matriz entra en el templo tras el Rosario de la noche del domingo. El reloj de la procesión se ha adelantado unas cinco  horas sobre el horario antiguo.

Luego pasa lo que pasa. Que, por muy fuertes que estén los que pugnan por llevar a la Reina de las Marismas en su recorrido por la aldea, fallan las fuerzas y la Virgen cae al suelo una vez y otra.

Ante todo esto tal vez convenga recordar el sombrío análisis del catedrático José Ortiz Díaz, pregonero de la Semana Santa de Sevilla: son los síntomas de una fe civil.

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