lunes, 26 de octubre de 2009

Programas actuales de las Hermandades de siempre.

Si quiere usted saber como va eso de la fementida crisis y la madre que la parió no se encamine a contemplar ni las terrazas de los establecimientos de bebidas, ni la dosificada penumbra de los bares de copas en donde estos días de temperatura bonancible la ciudadanía pretende olvidarse de unos problemas que intuye habrán de inundar pronto el portal de su vivienda como llegaban las aguas amenazadoras y silenciosas de la ciudad medieval que sucumbía ante el envite de sus periódicas arriadas.

Van cambiando los proyectos, los objetivos y los planes de ampliación o mejora del patrimonio cofrade. Las nuevas juntas de gobierno de las hermandades de Sevilla y supongo que las similares de Andalucía y de España entera ya no piensan ni en el manto nuevo, ni en la reposición del dorado del pasocristo, ni en la transformación de la candelería cambiando el metal por la plata verdadera tallada en los talleres de los orfebres.

La crisis se vive, se palpa y hasta llega a herir en toda su descarnada crudeza en las colas de los comedores de Cáritas, en las visitas a las Hermanas de la Cruz y a otros servicios asistenciales de la Iglesia, en la búsqueda desesperada de ese hombre correctamente vestido que se ampara en las sombras de la atardecida para hurgar ansioso en los contenedores de las basuras… o en la actividad creciente de las Bolsas de Caridad de las hermandades y cofradías.

Ha reconocido el Secretario de Estado de Economía que la salida de la crisis será “más costosa” que en el resto de los países europeos. Amarga predicción. Estas organizaciones voluntarias de la Iglesia católica, siempre dispuestas a socorrer al que lo necesita, que se vuelcan con sus propios medios y sin llamar ni al fotógrafo ni al cámara de televisión, en ayuda continuada a los demás, lo saben ya sin necesidad de que se lo diga ningún teórico de la Economía.

La Editorial Sekotia ha publicado un libro de José González Horrillo titulado“Manual básico para católicos sin complejos” que es una de esas herramientas de las que precisa el cristiano de nuestros días para defender su confesión.

El autor considera que detrás de los ataques a la Iglesia hay dos razones: un odio a la institución “muy de moda en estos tiempos y que parece otorgar un toque de modernidad y progresismo” al que lo expresa, y “la ignorancia o falta de formación” que hace creer a muchos “cierta información sin haberla hecho pasar previamente por el sano filtro de la razón o contrastándola con datos alternativos de otras fuentes más fiables”.

Pues esta labor silenciosa y, en ocasiones, hasta heroica por desproporcionada para la lógica cortedad de sus propios medios, de las organizaciones eclesiales y gran parte de las Hermandades es lo que deberían ver todos estos que se atreven a la critica, sin abandonar nunca sus postulados oxidados y caducos y cerrando los ojos ante unos comportamientos que se engrandecen calladamente en estas ocasiones difíciles.

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