Existiría. Claro que existiría. Dios es el principio. Pero no habría podido nacer de mujer.
Dios Padre no habría podido en modo alguno regalarnos a su hijo unigénito. El nacimiento necesitó la colaboración voluntaria, desmedida, de esa niña a la que el ángel anunció que Dios mismo habitaría en ella y de ella nacería como una criatura normal. Tal vez por eso en un mundo que ha estado habitualmente regido por hombres, las mujeres han ostentado una carga mayor de divinidad y se hallan más ligadas a la transmisión de la vida.
Nada ha podido modificar un hecho que articula la historia misma de la humanidad entera: las mujeres se hallan más cerca de las fuentes de la existencia. Ellas son la cueva, el matraz, la probeta donde la vida germina. Ellas, por consiguiente, reflejan de forma clara el signo de Dios Padre, el amor y la paternidad.
Ese niño que acabamos de ver naciendo entre las pajas y el grano de dos animales auxiliares de los peregrinos y que es Dios no viene al mundo de manera casual en
este extraño escenario. Lo ha elegido - afirman los mejores tratadistas, incluso los de nuestra época – la misma Paternidad suprema para diseñar la familia en el cosmos.
Jesús nace en contexto de reconciliación cósmica, como hermano de los animales. En la misma puerta de la cueva. Casi en el campo. Toda la naturaleza aparece así, según se ha escrito, como “hermana de Jesús”, en una perspectiva que ha difundido la tradición franciscana al construir esos nacimientos que la piedad cristiana ha venido instalando en templos y hogares para celebración de los días navideños.
La suite del gran hotel no se ha estrenado. La habitación aséptica del Hospital de la Maternidad está cerrada. Nadie ha enviado ramos ni centros de flores olorosas. Ni ningún equipo médico dirigido por algún ginecólogo de fama, auxiliado por una matrona experta, ha tenido que intervenir. No ha saltado la noticia a las primeras páginas de los periódicos. Ni siquiera ha habido alguien que encargara una breve nota informativa en alguna agencia de publicidad.
Igual que el más pobre era
acabado de nacer.
Poderoso sin poder.
Sembrador sin sementera.
Por cuna, tosca madera.
Por nana, un largo balido.
Y, por canción, el mugido
de aquel sorprendido buey.
Recién nacido fue rey.
Y era un niño desvalido.
El eligió su portal
sin más riqueza ni oro
que ese pequeño tesoro
del doble aliento animal.
Una pobreza total.
Tan pobre del mundo era
que, si de nuevo naciera,
a buen seguro lo haría
surcando la mar más fría
a bordo de una patera.
( Del Pregón de la Navidad que pronuncié en la Asociación de belenistas)
3 comentarios:
buenas noches don Joseluis,bellísimo el texto y el poema sin palabras,está claro donde se deve entrar a leer para descubrir cosas bellas.en este blog justa mente,espero hayan pasado una buena navidad en compañía de sus seres queridos,la nuestra bien,sin excesos. un saludo enorme
Bonitos y metálicos versos
Aunque no tiene nada que ver con el artículo de cabecera del blog, que dicho sea de paso me parece precioso, quisiera destacar por la importancia que puede tener si se llega hacer realidad el rumor que cada vez está tomando más fuerza por los mentideros taurinos sevillanos, de que los maestrantes están considerando para la próxima temporada no abrir la Puerta del Príncipe para tener acceso a la plaza y abolir la tradicional exigencia de cortar tres orejas para salir por dicha puerta, ahora se comenta de fuentes muy cercanas a los maestrantes que con cortar una y una será suficiente para abrir la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza.
Vivir para ver.
Saludos cordiales de Miguel Ángel Muñoz
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