jueves, 26 de julio de 2012
Mi Gregorio se ha muerto también
El posesivo inicial no significa que me haya apoderado de ningún fiambre, sino que el don Gregorio al que rinden homenaje postmorten los periodicos y televisiones y cuya memoria honro y respeto desde aquí, no es el mío ni lo fue nunca. Mi Gregorio es otro hombre más sencillo, más elemental. Un cofrade de pueblo, maestro de obras, al que ayer dimos sepultura. Un hombre tan de cofradías que, sin él y otros que le secundaron, no existiría hoy la afamada Hermandad de los Blancos del Martes Santo saltereño.
Fue en la Iglesia parroquial y antes hubo una segunda misa con exequias fúnebres para otra relevante figura de la religiosidad popular del contorno, el conocido como Pepe Reyes, José Reyes Estévez, pregonero insigne de la Virgen de la Oliva, cofrade de altísima categoría y periodista vocacional que, cuando difícilmente se encontraba en los periódicos información de la provincia, se ocupaba de que jamás faltase en ellos la crónica que hablaba de las festividades de su pueblo.
Mi Gregorio y mi Pepe Reyes.
Corría 1959 cuando Gregorio que se apellidaba Cotán y Cid, en unión de dos colaboradores eficaces que ya le precedieron en esa Carrera Oficial que habremos de recorrer todos, Bernardino Corral y José de la Orden se propusieron reorganizar una cofradía que había desarrollado una vida floreciente en el pasado, sobre todo en el siglo dieciocho, cuando salía el Jueves de Madrugada, pero que se había extinguido el doce de marzo de 1913, fecha de su último cabildo y lo consiguieron con tanto acierto que hoy muchos de los que gustan saborear momentos esplendidos de la Semana Santa de los pueblos se desplazan a Salteras el Martes Santo para verla procesionar por sus calles.
En las grandes capitales dan pena los solitarios entierros de los viejos. Los coetáneos de los que alcanzan mayor ancianidad se han muerto ya cuando fallecen ellos y las iglesias aparecen desoladoramente vacías.
No ha sido así en las honras fúnebres de Gregorio y de Pepe Reyes. Estandartes y varas de las corporaciones a que ambos pertenecieron formaron emotivos cortejos que precedían a los féretros. Y las gentes se apretaban a su alrededor. Como saben hacerlo hoy siguiendo las costumbres que heredaron de sus mayores estos pueblos de nuestra sencilla, hidalga y ejemplar Andalucía
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