lunes, 16 de mayo de 2016

DOS OLVIDADOS CURAS ROCIEROS


Mi mujer y yo nos acordamos mucho de don Fernando, el canónigo de la Catedral de Jaén, director espiritual de la Hermandad rociera del Santo Reino, al que el sol hacía un daño terrible en su piel, pero que no le importaba exponerla a sus rigores si caminaba al lado de romeros que mientras avanzaban por las arenas se confesaban con él.

Yo personalmente evoco al jesuita padre Quevedo cada vez que oigo esas sevillanas que le cantan al astro rey “tiempo detente”.

Los dos se hallarán al lado de  esa Reina de las Marismas cuyo consuelo evocaron tanto. Como estarán también dos clérigos cuya obra poética y musical conforman el sonido más intensamente rociero de nuestros días, Restituto del Valle y Eduardo Torres.

Fruto de su inspiración y su trabajo fue este tema de la polifonía religiosa dado a la luz inicialmente para órgano y masa coral y titulado en su origen “Salve, Madre, en la tierra de mis amores” cuya letra completa es la que sigue:            

Salve, Madre,
en la tierra de mis amores
te saludan los cantos
que alza el amor.
Reina de nuestras almas,
flor de las flores,
muestra aquí
de tu gloria los resplandores,
que en el cielo tan sólo
te aman mejor.

Virgen Santa, Virgen pura,
vida, esperanza y dulzura
del alma que en ti confía,
Madre de Dios, Madre mía,
mientras mi vida alentare,
todo mi amor para ti,
mas si mi amor te olvidare,
Madre mía, Madre mía,
aunque mi amor te olvidare
tú no te olvides de mí.

El autor de este hermoso poema, Restituto del Valle Ruiz, fue un Ilustre agustino, gran poeta y formidable crítico.

Nació el 10 de junio de 1865 en Carrión, donde cursó el Bachillerato. Estudió Filosofía y Letras en Zaragoza y Madrid y la carrera eclesiástica en Valladolid y  El Escorial.
Compuso la letra de numerosos himnos y cantos religiosos, como el «Himno a San Agustín» o el «Himno a la Virgen de Covadonga».

El compositor Eduardo Torres Pérez era valenciano, de Albaida, donde había nacido en 1872.
Fue  maestro de capilla, organista, compositor, crítico musical y director de coro.
Alumno de Salvador Giner y de Joan Baptista Guzmán en su etapa de infante de coro de la Catedral de Valencia.

Tras haber coronado con éxito sus estudios religiosos, accedió  a las plazas de maestro de capilla de las catedrales de Tortosa en 1895, y de Sevilla en 1910, iniciando así su etapa más prolífica.

Desempeñó la crítica musical de la edición sevillana del diario ABC desde 1929, y ejerció además el magisterio de música en el Hospital Provincial, en la Sociedad Económica de Amigos del País y en el Conservatorio.
Fue sucedido por Norberto Almandoz Mendizabal

Todos los años en el tramo final de los cultos solemnes al Cristo del Calvario, se cantan cada noche las famosas coplas al Cristo. La partitura es obra suya.
Y los devotos al Santísimo el día del Corpus o siempre que acompañan con cánticos una procesión eucarística, entonan “Cantemos al amor de los amores”, «Himno de los Adoradores» que fue el  oficial del XXIII Congreso Eucarístico Internacional. La letra es de Restituto del Valle.
Ante el Monumento a la Inmaculada en el vértice de las noches del siete y el ocho de Diciembre, la Sevilla tradicional que defendió el Dogma, se anticipa a que le rindan tributo las Tunas Universitarias, cantando el “Salve Madre”.

Y cada vez que los rocieros miran a la Blanca Paloma que les espera en las marismas almonteñas, entonan esta invocación también.


Es lo que más se canta en el Rocío. Sin duda ninguna. Y sus autores dos curas que podemos calificar de rocieros aunque, probablemente, ellos nunca lo llegaron a saber.

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