domingo, 7 de enero de 2018

LA ESTELA DE LOS MAGOS


Esa cola luminosa que fue dejando la estrella conductora de los enigmáticos personajes que visitaron a Dios acabado de hacerse niño en Belén y que hoy todavía estudian los sesudos investigadores del hecho bíblico, que relata el apóstol Mateo, sin encontrarle explicación plausible, deja también, cada año, un impalpable reguero de felicidad.

Escrito esto así puede parecer un rezagado y obsoleto comentario sobre la llamada fiesta de la ilusión, pero no es tal. Cuando los matrimonios que resisten el vendaval de las separaciones permanecen unidos, a sus vástagos pueden ofrecerles las mentiras golosas de las visitas imposibles de los tres monarcas cargados de juguetes cuya presencia se acredita dejándoles tres copas de anís y unos dulces navideños al lado de los zapatos.

Esto era lo tradicional que, pese a todos los intentos de descrédito, se mantiene hasta nuestros días. Con sustanciales alteraciones generacionales inevitables. Los niños crecen, se hacen adultos y nuevos críos ocupan el puesto de los anteriores.

Los padres se hacen abuelos y, al llegar al otoño de sus vidas, ocupan el mágico ámbito artificial de la superchería que antes se reservaba exclusivamente a la inocente credulidad de la infancia.

Los Reyes Magos me han traído este año, entre los regalos esperados, algunos objetos sorprendentes: las misivas de acompañamiento con las que mis nietos suplantaban a los regios mensajeros firmando como ellos.

Cartas redactadas en el ordenador contagiadas de las nuevas grafías de la comunicación a través de móvil, pero confeccionadas con terminología ampulosa simulando estar escapadas del dictado de Melchor, Gaspar y Baltasar.

Para mí es la estela de los magos. El mejor regalo que podría haberles pedido en esta ocasión..

 

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