El Loqui,El hombre de los pollitos,Vicente el del Canasto… ¡qué personajes! Y qué Sevilla aquella que los acunó en su seno.
De los tres prometí desgranar recuerdos en mi última “entrada” y aquí me hallo barajando los datos de una memoria esquiva. Del Loqui no debería hablar sin añadir Triana, su barrio, y por donde anduvo con su coetáneo Silvestre. De éste me acuerdo poco. Me viene la imagen de un hombre con una cabeza grande semicubierta con coquetería por un sombrerito chico.Pero nada más. Del Loqui de Triana rememoro tantas cosas…
Tenía rostro y expresión de desvarío. Eduardo Bonachera,redactor jefe de Radio Nacional, lo calificó así cuando se le puso al lado acodado en la barra donde habiamos pedido el habitual café de la once los del turno mañanero de la redacción de informativos. Y,más allá, como quien no quiere la cosa, se situó Salvador Recio. Eduardo era la primera vez que se tropezaba con el Loqui. Recio le alargó calladamente unas monedas y le señaló con el gesto a Bonachera sin que lo advirtiera éste. El Loqui adivinó el encargo de inmediato. Cuando Eduardo menos lo esperaba le largó un bofetón que,si no lo llega a esquivar,hubiese resonado en el bar como un trallazo.
El Loqui no estaba tan loqui como para no rentabilizar su cara de majareta y sus decisiones atrevidas.
-- Loqui pegale un pellizco en el culo a la señora agarrada del brazo de ese tío tan feo que va por allí.
Y el Loqui iba y terminaba en la Gavidia porque el feo era el Jefe Superior de Policia.
-- Loqui,vístete de torero que el domingo actúas en la Maestranza.
Y lo ponían dentro de un escaparate, al sol, con la excusa de que había que vender entradas.
Un día le hicieron creer que había ganado la oreja de plata como fruto de una intervención suya en la plaza de toros en la que anduvo más en el aire que sobre la arena. Se la entregaron pomposamente envuelta en un estuche. Era un calzador de la Zapatería de Carmelo Orozco.
Y como contrapunto a estas bromas amargas de risotada en reunión, la parodia inocente del “Hombre de los pollitos vivos y muertos” que solía situarse por los alrededores de la Plaza de la Encarnación con una caja de cartón cubierta con un amasijo de telillas bajo las que escondía una mano moviéndolas como harían unos pollluelos cuyo incesante piar imitaba con la boca.
Lo anunciaba en un cartel: “Hago el pollito para que me den un durito”.
La propuesta le hizo gracia a una chica inglesa que le regaló el complemento bilingüe: “Smile and tip, please” (Sonría y dele una propina, por favor).
Para terminar Vicente que llega con su canasto batea colgado del brazo izquierdo y la mano derecha como visera sorteando sin miedo los vehículos de cualquier vía abierta al tráfico rodado mientras mete la mirada dentro de ellos buscando incansable quien sabe a quien.
Se disparaban las respuestas imaginativas: A la novia que le raptaron… a su hijo…
Nada de eso.
Acallando los rumores, un hermano suyo contó en la prensa que se llamaba Vicente Orozco Moreno y había estudiado tres años con los Jesuitas en el Colegio de Villasis. Su familia se desestructuró durante la Contienda Civil y Vicente se aficionó a las “mujeres de mala vida” que le pegaron una enfermedad.
En esas fechas el hombre vivía en el Barranco. Un día unos desconocidos le gastaron la broma de robarle el canasto y hubo de sustituirlo por una caja de cartón hasta que un grupo de escritores sevillanos decidió costearle uno nuevo.
José María Vaz de Soto, Francisco Vélez Nieto,Fernando Alvarez Palacios y Antonio Burgos se lo entregaron en un acto íntimo, pero casi solemne, en la Bodega Blanco Cerrillo y lo pasaron divinamente.
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