La hermandad de Nuestra Señora del Rocío de Córdoba partió el pasado jueves 2 de junio hacia la aldea almonteña, siendo un año más, la primera de las que se ponen en camino.
Ángel Roldán Serrano, fotoperiodista de la ciudad de la Mezquita, ha captado una sugerente colección de imágenes de la Misa de Romeros, el inicio de la procesión por las calles cordobesas y la estación ante el Ayuntamiento y la iglesia de San Pablo.
Esto me ha hecho mirar atrás. Hasta el 2007 cuando me encargaron pronunciar el Pregón de la salida de ese año. Entonces me puse a revisar papeles antiguos y supe que la corporación había nacido a finales de los veinte y tomó cuerpo en la primavera de mil novecientos treinta y tres.
Setenta y ocho años han pasado, pues, desde que el grupo de rocieros cordobeses que tomaron sobre sus hombros la ilusionante tarea de dar forma a la idea organizativa contaba entre sus filas nada menos que al histórico rejoneador Antonio Cañero, los famosos toreros Rafael Guerra “Guerrita” y Rafael González “Machaquito” y al inconmensurable pintor Julio Romero de Torres al que se atribuye la autoría del lienzo en el que aparece la Virgen en su original Simpecado.
La Córdoba callada y seria afronta una vez más su larga caminata que la trae hecha hermandad peregrinante a la orilla de la Giralda para seguir hacia Villamanrique y enfilar la Raya.
Córdoba y Sevilla. Emilio García Gómez recordaba aquello de que en tiempos árabes se decía que si un sabio moría en Sevilla, sus libros eran llevados a vender a Córdoba y que, si un músico fallecía en Córdoba, sus instrumentos se vendían en Sevilla.
Cuenta Garcia Lorca en una de sus “Canciones de jinete” la dificultad de llegar a la Córdoba fantasmal, la blanca ciudad de la historia gloriosa y triste y sigue dicioendo García Gómez que hay otros versos lorquianos que sugieren una mezcla de turbio ensueño y de clara evidencia monumental que se aúnan en la ciudad al par triunfal y doliente. Están en el “Romancero gitano” y concluyen en un poema titulado “San Rafael” que dice así:
Pero Córdoba no tiembla
bajo el misterio confuso
pues, si la sombra levanta,
la arquitectura del humo
un pie de mármol afirma
su casto fulgor enjuto.
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