La verdad es que no me apetece mucho el tema que me he impuesto para renovar el texto de este blog. Pero estamos en tiempo de elecciones y la actualidad manda.
Me he pasado media vida trabajando en la radio y la televisión pública. Primero ante los micrófonos de la emisora nacional, luego en la tele y, por último allegando recursos para vivir de la publicidad y la comercialización. Me unen, pues, indisolubles lazos con la casa, aunque en ella no estén ya los compañeros de aquellas horas.
Diría que a casi todos, y aun me atrevería a suprimir el casi, deben las nuevas generaciones de profesionales de la audiovisualidad la teoría y, sobre todo el ejercicio práctico de un medio tan complejo.
Teorizar puede hacerse desde un aula. Ejercitar los conocimientos precisa una práctica en cuya ayuda acude siempre la experiencia.
Por eso produce una contrariedad singular contemplar una obra mal hecha. Y esto me ha ocurrido anoche mientras atendía la entrevista que le hacía Pepa Bueno a Mariano Rajoy.
Voluntariamente margino el análisis de los aspectos profundos del trabajo. No voy a hablar de la oportunidad o intensidad de las preguntas. Ni del tono del diálogo. Pepa, a la que traté mucho cuando era jefa de los informativos de TeleSur y yo el Delegado de la Dirección Comercial, es una periodista de acreditada solvencia.
Tampoco me voy a detener en otros aspectos discutibles como podrían ser el maquillaje, la peluquería, la iluminación y el movimiento de las cámaras. Me refiero simplemente al decorado: Una sucesión de imágenes virtuales obtenidas por ordenador montadas a modo de cinta sin fin que se repetían detrás de entrevistado y entrevistadora causando distracción, molestias y fatiga visual.
La pregunta es inevitable: ¿Fue solo un torpe recurso del realizador o corresponden a una intencionalidad digna de censura?
En un caso o en otro, creo que la crítica puede estar más que justificada. Por eso la hago aquí… aunque me fastidie tener que hacerla.
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