lunes, 21 de mayo de 2012
Antoñita en el Mercantil
Poco ando, pero al Casino Mercantil hubiera ido. Antoñita Moreno, reencontrada con su público sevillano, me habría hecho recordar tan directamente la Sevilla de su tiempo, que en parte es también mi Sevilla, que me habría hecho tan feliz como cuentan que se mostraba la polifacética artista, dama de la canción de su época dorada, actriz de teatro y cine y halagada cantaora de saetas.
Por saetas dicen que finalizó su presencia atendiendo los deseos de su presentador y el público asistente. ¡Qué bonito!: Saetas en la calle Sierpes cuando viene el Rocío y los chiquillos buscan tablas inservibles para seguir montando cruces de mayo.
Me invita Capitanía, en la Cátedra General Castaños, al concierto de marchas militares, con motivo del Día de las Fuerzas armadas… Me invita la Maestranza para sus actos culturales… Me invita la Fundación Cruzcampo… Pero no me invita el Círculo Mercatil. Mi padre fue socio toda su vida y yo fui la última vez para hablar de Rodríguez Buzón, pero ahora he debido caerme de su banco de datos. Esto nos pasa a los jubilados. Es normal.
De Antoñita Moreno hablé en uno de mis libros de recuerdos cofrades porque cuando el inolvidable realizador Ramón Díez la trajo para que le cantase a la Macarena en una de las primeras transmisiones que hicimos por la televisión nacional de su entrada en la Basílica, al dirigirse al micrófono que habíamos escondido en un balcón para simular la circunstancia inesperada, se cruzó con Marín Vizcaino y le preguntó al oido : ¿la puedo dedicar?... Al bueno del recordado “Tío Mateo litúrgico”, macareno de pro, por poco le da algo.
Cuando en la ciudad disfrutábamos de dos teatros, el San Fernando y el Cervantes, Antoñita montaba en Sevilla sus nuevos espectáculos.
El maestro Juan Solano, impedido y en silla de ruedas, pero dinámico y emprendedor como siempre fue, me contó que en una ocasión ensayaba una nana suya cuya letra le había escrito Rafael de León. Presenciaban los dos el ensayo y, comoquiera que la cantante había sustituido la cunita por una silla de eneas a la que daba mecidas que más parecían empellones, Rafael no pudo aguantarse y le gritó desde el vacío patio de butacas:
-- Antoñita, con mimo. Que eres una madre… No un guardia civil.
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