domingo, 27 de mayo de 2012

En el Rocío sin Pepe Peregil

Coincidimos varios años. En el mismo sitio. Sin acuerdo previo. Sometidos ambos a la atracción poderosa de ese encuentro con la Reina de las Marismas en su mañana de luces y emociones. La plaza parecía estar toda empedrada con hombres y mujeres uniendo sus cabezas. El aura se irisaba con brillos sorprendidos y un sol altivo hería a la mañana quieta. El lunes estrenaba los nuevos siete días; mas no estaba perdido como un lunes cualquiera. Era un lunes distinto, con Ella por las calles y por la plaza hollada por muchedumbres densas. Una Blanca Paloma, como celeste soplo, en Reina convertida de singular belleza sobre los hombros recios de sus mejores hijos del pueblo recibía la más florida ofrenda. Sombrío el Santuario con el altar vacío; La luz estaba fuera, entre Moguer y Huelva. Y allí, en ese enclave sublime, con más de cielo azul que de esponjosa arena, la mano poderosa y cálida, sentida inesperadamente sobre los hombros y la sombra densa de alto y recio chopo fundiéndose con la mía. Pepe Peregil acababa de llegar, con su verdad extrovertida y su afecto desbordado y generoso. Se hacía notar siempre cuando aparecía o cuando estaba fundido en una multitud, entre procesionales cofradías o costumbristas hermandades rocieras y su timbre flamenco se alzaba con una saeta o unas sevillanas. Guardo codiciados recuerdos y queridas huellas de mi quehacer profesional y en muchos está la catarata musical de su cante. Lo mismo en los reportajes en vídeo que en las grabaciones de algunas de las transmisiones que comenté en directo. Igual en la Semana Santa que en la Feria o en el Rocío. Hasta en mi Pregón del año noventa se halla prendido este eco que despierta dormidas añoranzas. Dije al hablar de la Virgen de las Aguas: Aguas, Señora, mojada. Cara brillante de pena. Dulce candor de azucena entre tu ojera morada. Virgen bendita, anegada en multitudes de río: Cuando en saeta el quejío alce el valiente aleteo nadie estará en el Museo sin que le de escalofrío. La saeta era esa en la que se quebraba de sentimiento el torrente poderoso de su expresión vocal. Hoy, en el Rocío, su sombra de álamo fornido no se fundirá con la mía. Estará enlazada a otras muchas protegiendo del sol ardiente a la Madre de Dios.