martes, 4 de diciembre de 2012
Un acto de profundo contenido torero
Finalizaba así el amplio resumen periodístico que firmaba dias pasados Carlos Crivell sobre la VII Jornada Taurina anual que, con una gran asistencia de aficionados, que llenaron el nuevo local de la entidad, ha celebrado la Peña de Manuel Jesús el Cid en su pueblo de Salteras.
No sobra palabra alguna. Fue ciertamente un acto muy taurino.Con autenticidad. Y cargado de contenido. Baste decir que tenía como hora de comienzo las ocho y media de la tarde y hasta pasadas las once no se sirvió la primera copa del ágape final con el que la Peña obsequiaba a los asistentes.
Crivell moderó la reunión en la que José Luis López dio lectura a un documentado estudio sobre los toreros del Aljarafe, Manuel Jesús resumió su temporada, creciente de principio a fin, y el novillero Javier Jiménez, primero del escalafón en su categoría, confesó que nada le agradaría más que recibir la alternativa de manos de Espartaco.
Ahora bien cuando la noche alcanzó su cenit fue en el momento en que José Antonio Campuzano permitió que el corazón se le asomase a la boca condensando sus recuerdos con sentidas e inspiradas frases que compusieron una arrebatadora y exquisita muestra de poesía épica.
Desde sus quimeras infantiles, contemplando el atractivo mundo del toro como horizonte lejano e inalcanzable, a su decisión de enfrentarse a una res que la primera vez era un novillote manso que lo miraba con ojos asustados. Desde la emoción de aguantar quieto la primera embestida de un utrero de sangre brava hasta el sueño de la oreja inicial y de la alternativa concedida nada menos que por Luis Miguel Dominguín con Paquirri como testigo en el Coso del Baratillo.
Pero también desde la primera frase agria que escuchó de un compañero en la puerta de cuadrillas a la marginación a que fue sometido hasta que, tras muchos años de baldíos esfuerzos aparentes, consiguió hacerse un hueco entre los espadas que habían alcanzado la cúspide de la torería.
Fue como un aguafuerte contemplado desde el ángulo cenital del matador de toros retirado al que no le tiembla la voz cuando confiesa humildemente sus miedos y decepciones, sus triunfos y sus tardes grises
Un rotundo y alargado aplauso rubricó su intervención.
Yo había rozado en unas palabras iniciales que, tras los diez años fecundos en los que había ostentado el apoderamiento de Sebastián Castella, ahora podía tocarle la posibilidad de representar al pujante novillero que tomaba asiento a su lado. Ignoro si tradujo el significado de mis frases. Crivell, agudo y rápido, como siempre, demostró que lo había hecho así.
Fue en el curso de mis palabras de presentación del acto.
Eulogio Reyes, presidente de la Peña, había solicitado mi intervención a la que accedí con mucho gusto. Y me sentí tan importante como alguacilillo de la Maestranza rompiendo plaza.
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