Exultante, dinámico y feliz he visto al alcalde posando con los príncipes en la visita de estos a la esclusa.
Me alegro. Días antes sufría un pinzamiento y hubo de entrar en el Teatro Lope de Vega donde presidía la Gala de los blogueros, en la que recibí un inmerecido premio, acompañado y prácticamente sustentado por otros miembros de la Corporación.
Me pareció entonces, cuando me llegó el turno de agradecer la distinción una gracieta inadecuada comparar el bastón de mando con el bastón del cojo y tampoco la hago aquí, pero sí me gustaría enhebrar una cierta reflexión sobre la crueldad de la ciudad con los muchos de sus habitantes que padecen movilidad reducida.
El suelo de las calles suele ser un muestrario de las diversas maneras, no siempre ortodoxas, de fijar un adoquín. Y hay sectores que encierran un peligro evidente. Sitúense, por ejemplo en la esquina de las calles San Miguel y Jesús del Gran Poder, delante de la antigua Farmacia Militar. Allí falta un reclamo. Un fosforescente que diga más o menos: Atención, cojos:Peligro.
Si viviera el Marques de las Cabriolas, el inefable fundador de la Caseta de Er 77 al que dejó tullida la pierna derecha una vaca siendo muy joven, lo habría hecho.
El Marqués se tomaba su cojera a broma y recitaba:
Por ser cojo no me enojo
sino que me felicito
ya que así, desde chiquito,
al mundo como soy cojo...
me lo salto a pie cojito.
No me parece oportuno invitar al alcalde a que pase por allí con un bastón de cojo porque ya no lo es, pero sí le sugiero que se de una vueltecita por el lugar con su otro bastón, el de mando, que falta hace.
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