domingo, 7 de julio de 2013

EL CUARTEL DE LA BORBOLLA



Como es habitual en él, hacia atinadas reflexiones Antonio Burgos en El Recuadro del pasado sábado sobre la llamada sociedad civil, esa de la que sus componentes más jóvenes cuando se integran en bandas de música para ir detrás de los pasos, se visten de soldados de guardarropía, de guardias civiles, de lanceros de caballería…con cualquier uniforme militar con tal de que sea llamativo y vistoso.

Fue el preámbulo de un precioso artículo sobre el cuartel del Arma de Ingenieros de la Borbolla que se va a cerrar ahora. El cuartel del Regimiento que llegó a mandar el coronel Cernuda, el padre del poeta, autor de “Ocnos”, “La realidad y el deseo” y “Desolación de la quimera”. Por esto quizás el más literario que había en Sevilla. Así lo escribe Antonio.

Para muchos universitarios sevillanos era algo más. Era el primer cuartel que pisábamos, no ataviados llamativamente de militares de opereta, con la trompeta o el tambor, sino de guripas con el caqui recién estrenado, el gorrillo con la borla golpeándonos la frente  y los cordones con el color de la facultad prendidos del hombro y un botón de la guerrera en torno al escudo de la  IPS, la Instrucción Premilitar Superior.
Dos capitanes que, andando el tiempo pasaron a la reserva de coroneles, como el padre del poeta, nos esperaban para mandarnos los primeros firmes. Francisco Balón, de Infantería y Blas de la Torre de Ingenieros y un grupo de sargentos que el año anterior habían sido aspirantes despistados como los que entrábamos, los primeros instructores.

Hasta que nos llevaba a Montejaque, el cercano pueblo de la turística Ronda, donde se hallaba el campamento, un vetusto tren renqueante que parecía extraido de una película del Oeste, al cuartel de Ingenieros íbamos todas las mañana de los primeros días de Junio para iniciarnos en la disciplina militar.
Por allí pasaron muchos de los que ahora son abogados ilustres, cirujanos expertos, catedráticos, escritores, economistas… Eludo nombres y apellidos para evitar inevitables olvidos. Alli quedaron los ecos de las primeras voces de mando y el rumor ronco y firme de los iniciales taconazos. Allí, al borde de la arboleda del parque, se quedaron también algunas de las páginas inolvidables de la lejana juventud. 

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