Fue el preámbulo de un precioso artículo sobre el cuartel del Arma de Ingenieros de la Borbolla que se va a cerrar ahora. El cuartel del Regimiento que llegó a mandar el coronel Cernuda, el padre del poeta, autor de “Ocnos”, “La realidad y el deseo” y “Desolación de la quimera”. Por esto quizás el más literario que había en Sevilla. Así lo escribe Antonio.
Para muchos
universitarios sevillanos era algo más. Era el primer cuartel que pisábamos, no
ataviados llamativamente de militares de opereta, con la trompeta o el tambor,
sino de guripas con el caqui recién estrenado, el gorrillo con la borla
golpeándonos la frente y los cordones
con el color de la facultad prendidos del hombro y un botón de la guerrera en
torno al escudo de la IPS, la
Instrucción Premilitar Superior.
Dos capitanes
que, andando el tiempo pasaron a la reserva de coroneles, como el padre del
poeta, nos esperaban para mandarnos los primeros firmes. Francisco Balón, de
Infantería y Blas de la Torre de Ingenieros y un grupo de sargentos que el año
anterior habían sido aspirantes despistados como los que entrábamos, los primeros
instructores.
Hasta que nos
llevaba a Montejaque, el cercano pueblo de la turística Ronda, donde se hallaba
el campamento, un vetusto tren renqueante que parecía extraido de una película
del Oeste, al cuartel de Ingenieros íbamos todas las mañana de los primeros
días de Junio para iniciarnos en la disciplina militar.
Por allí
pasaron muchos de los que ahora son abogados ilustres, cirujanos expertos, catedráticos,
escritores, economistas… Eludo nombres y apellidos para evitar inevitables
olvidos. Alli quedaron los ecos de las primeras voces de mando y el rumor ronco
y firme de los iniciales taconazos. Allí, al borde de la arboleda del parque, se
quedaron también algunas de las páginas inolvidables de la lejana juventud.
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