Mucho y muy sabroso fue lo que nos contaron en la Octava
Jornada Taurina de la Peña saltereña de Manuel Jesus El Cid el torero que la
preside y los invitados a ella que, en esta ocasión, fueron Eduardo Dávila
Miura y Joaquín Moeckel.
Protagonizaron una interesantísima comparecencia a modo
de rueda de prensa, como pueden conocer los seguidores de este portal, que fue
coordinada sabiamente por José Luis López y Carlos Crivell.
No hubo ni cámaras ni micrófonos y se hicieron revelaciones
dignas de ser conservadas. Por ejemplo que la decisión política de aceptar la
petición de que la Fiesta pase de Gobernación a Cultura, de la forma que se ha
hecho, como Patrimonio de la Cultura, en vez de Bien de Interés Cultural, es
una tomadura de pelo. Que somos los toreros y los aficionados que luchamos por
defender su supervivencia los llamados a mostrar nuestro descontento y a
trasladar las protestas democráticamente razonadas, a las instancias jurídicas
establecidas hasta llegar a las comunitarias. Que hay que seguir pidiendo una
mayor presencia de las informaciones taurinas y de la retransmisión de festejos
a los medios informativos, que, como la televisión nacional, pagamos todos con
nuestros impuestos, etc.etc.
No tomé notas. Escribo de memoria. Y debo confesar que,
con ser todo esto trascendente para el devenir de la, desde antaño, llamada
Fiesta Nacional, lo que más me impactaron fueron los recuerdos de Dávila Miura
y las revelaciones de El Cid.
Dijo Manuel Jesus que entre los que perciben los ingresos
que producen los toros, los primeros a quienes se fuerza a reducir sus tarifas
son los que de verdad se juegan la vida ante ellos y que, a ese riesgo, hoy, en
ciertas ocasiones, hay que añadir uno más: el que suponen los empresarios que
pagan con papelitos, o, dicho claramente, con pagarés de los que es una
incógnita saber si habrá fondos para atenderlos a su vencimiento.
Y que las empresas de mayor seriedad para responder a sus
compromisos financieros son las de las plazas de Sevilla, Pamplona y Bilbao
Dijo algo más. Que el momento que marcó una inflexión en
su vida lo vivió en Bayona ante un Victorino. Suponía yo esto. Me lo había
anticipado el ganadero de Galapagar en Arles, en el curso del sexto Congrés Mondial
des Eleveurs de Toros de Combat al que Francine Yonnet, su presidente, me había invitado a dar una
conferencia.
Me dijo entonces el viejo Victorino entre bocanadas de su inseparable puro: el Cid es
el diestro que yo he esperado siempre para que lidie mis toros.
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