sábado, 3 de enero de 2015

INFRECUENTE DIMISION



Por las calles San Francisco y Columela de la trimilenaria Cádiz iba yo dando un paseo una noche de los finales de febrero de 1981 en compañía del recién dimitido director de emisiones de Canal Sur José Luis Pereñiguez Arenas que entonces trabajaba en el Centro Territorial en Andalucía de Televisión Española y ni él ni yo podíamos suponer lo que se nos venía encima

Habíamos salido del Teatro donde  se iba a celebrar la Gala final de aquella edición de los Carnavales para estirar las piernas y relajar los nervios. Todo lo habíamos dejado dispuesto. Aquella era la primera vez que el acontecimiento carnavalero iba a verse por televisión y la retransmisión había despertado el consiguiente interés.

La noche era húmeda y fría con una llovizna persistente y un vientecillo traicionero. Era como para quedarse helados. Y así nos quedamos José Luis y yo y el resto del equipo de profesionales desplazados a la Tacita de Plata cuando a la hora de comienzo la señal de imagen y sonido se negó a llegar desde el escenario a los estudios de la tele en la Palmera.

Hubo que tirar del magnetoscopio, uno de aquellos mamotréticos Bochs, de cinta de una pulgada, de que disponía la Unidad de transmisiones,  donde registrar el espectáculo para emitirlo en diferido y enviar a Boby Bustamante en su propio automóvil a los estudios para requerir otro que permitiera emitir con el primero mientras seguía grabándose en éste.

Un susto que arreglamos como pudimos. Los técnicos dictaminaron que el problema lo había causado la pluma de una grúa gigante  movida por el viento que interfería la línea de recorrido hertziano a través del llamado efecto Faraday. No sé.

Desde entonces guardo un razonable temor hacía los enlaces. Y mi opinión, muy personal por supuesto, es que en una retransmisión su realizador  es el que debe disponer y administrar todos sus componentes. Parece que en la fallida emisión de las uvas no se ha hecho así. Me atrevo a suponer que si el veterano Valentín Gamazo, realizador del programa, hubiese tenido a la mano la “torta de publicidad” que ignoro si continúa llamándose así en el argot, no hubiera ocurrido nada.

Pereñiguez no es el culpable. Lo conozco bien. Pongo mi mano en el fuego. Y ha tenido la vergüenza torera de dimitir. Quijote, él. Tocayo, eso hoy no se lleva.

1 comentario:

Jordi de Triana dijo...

La noche familiar y entrañable de los grandes deseos se convirtió en aquel pasaje bíblico donde los judíos gritaban "crucificadlo, crucificadlo". El sanedrín tardó segundos en señalar, acusar y sentenciar al reo. Dimite un hombre honrado que carga sobre sus hombros la cruz de otros. Ridiculizar al prójimo no es cristiano, diría que ni humano. Realmente me entristeció enormemente la reacción de los justicieros, una cosa es tomar las cosas como deben tomarse y otra ridiculizar al semejante. Un abrazo maestro y feliz año del 25 aniversario de su magnífico pregón.