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No resisto la tentación de usar la palabreja francesa
para volver a entrar. Aquí estoy otra vez. Desde mi última presencia en el blog
han pasado dos meses y sin embargo parece que fue ayer. Colgué la pluma, es
decir apagué el ordenador, cuando el verano estrenaba sus abrazos pegajosos y
los termómetros escapaban cuesta arriba en una búsqueda inclemente de hazañas
medidas en superación de grados. Vuelvo coincidiendo con el primer fresco
septembrino y el aroma recién estrenado de uva molturada en el lagar.
En este
tiempo se ha detenido el reloj de la política y seguimos sin gobierno. Pero no
se ha parado el país.
Con cierto asombro medito en esta realidad trasparente.
El país ha seguido andando mientras el cerrilismo se adueñaba de políticos
mediocres. El sistema se ha superado a sí mismo. No hacen falta los políticos.
Podemos vivir sin ellos.
Pero hay que pellizcarse para volver a la realidad.
Estamos obligados a padecerlos aunque nos cuesten un egg y parte del otro. La unidad de huevos, aunque sean fritos,
siempre son dos y los impuestos aguantan para pagar su estulticia.
En este largo ciclo de holganza vacacional he descubierto
una novelista, un digno representante del Parlamento hispano y un torero que a
lo mejor es de la familia. Me apresto a dar sus nombres: La novelista se llama
Cristina López Barrio. El parlamentario, Mariano Rajoy y el torero José
Garrido.
Cristina ha entretenido mis horas quietas con una
narración preciosa “Tierra de Brumas” Figura en la portada del ejemplar que es
la autora de “La casa de los amores imposibles”. Se la pediré a mi librero. Si
es que todavía no ha cerrado porque llevamos una temporada de cierre de
librerías que asusta. Echan el cierre las tiendas de venta de libros y se van a concurso de acreedores los que los editaban.
Así no avanza la cultura del país y tenemos los servidores públicos que nos
merecemos.
Rajoy se salva de la quema. Para mí. Y respetando la libertad
democrática de quien piense de otra forma. A ver si la baronesa trianera que
también me cae superbién le echa una mano y salimos de este atolladero en el
que nos han metido los que miran más a su ombligo que al bien de todos.
Por último, el torero. No es el tremendista Roca Rey ni
el lacrimoso López Simón, sino el extremeño Garrido. No es sobrino mío, pero me
gustaría que lo fuera. El otro día le escribí un sonetillo y se lo mandé vía
Raul Gracia el Tato, su apoderado. Lo iba a reproducir aquí. Tal vez lo haga
mañana.
Bien hallados.
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