domingo, 13 de noviembre de 2016

LA EDAD


Un día buscaba yo unos datos en la Hemeroteca y me tropecé con una noticia de sucesos que me llamó la atención. No recuerdo ahora si estaba publicada en La Unión o en El Liberal que eran dos rotativos de contrarias ideologías como puede colegirse y dejaron de publicarse antes de que aparecieran las ediciones periodísticas en Internet, tsunami de la información escrita que está haciendo temblar los cimientos en apariencia más fortalecidos de la prensa tradicional.

Decía que en la calle Torneo un automóvil Ford que circulaba a la alocada velocidad de sesenta kilómetros por hora había atropellado al anciano de cincuenta y cuatro años don Fulano de Tal y Cual que había tenido que ser atendido de magulladuras y erosiones varias.

La edad y la velocidad suscitan todo tipo de comentarios. “Cómo está el mundo, señor Macario” cantaban dos madrileños típicos en una zarzuela arrevistada ponderando que en el tiempo que invertía un Simón en llegar desde la Bombi a la Gran Vía volaba un avión desde Cibeles a Nueva York.

El nuevo presidente de los Estados Unidos tiene setenta años y una jovencita rubia a la que quiero mucho acaba de cumplir ochenta. Le dimos el otro día una comida sorpresa y se puso a bailar divertida cuando advirtió el número de comensales familiares que se habían congregado para felicitarla.

Le cantamos el Happy birthday to you, en español como es natural y nos dejamos invitar por ella a champán tras haber soplado la preceptiva tarta de las ochenta velas.

Corremos más pero, paradójicamente, permanecemos más tiempo en este mundo. Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Y que sigan por ahí. Los nietos se benefician de estos avances. Y los matrimonios jóvenes que utilizan a los abuelos como guarderías.


La jovencita rubia de las ochenta primaveras me envía mensajes por el WhatShap y se ha matriculado en una clase de inglés. Le deseo que cumpla ochenta más. Felicidades, hermana.

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