No hay cultos anuales ni función principal de instituto que no disponga del colofón laico de una comida fraterna.
Y la verdad es que se desgranan muchos recuerdos en estas reuniones celebradas generalmente en algún restaurante próximo al templo donde radique la cofradía.
Siempre suelen ser gratas, Asiste quien quiere y es una lástima que brillen por su ausencia los impedidos, los ausentes y, titubeo al escribirlo, los disidentes.
Si una hermandad es hermandad ha de cuidar mostrarse unida. Y para ello debe proponerse como objetivo fundamental de sus responsables, limar asperezas y conseguir armonía.
Todo esto es así. Pero yo quiero huir en estas líneas de cualquier cargamento de moralina. Cada comida para mí es un desfile de vivencias que empiezan cuando en las cartas impresas se indicaba como servicio final: Café, copa y puro.
Hoy solo queda el café. Se han esfumado los humos - como es su obligada aceptación verbal - y el alcohol de alta graduación por mor de los civiles y el temeroso globito, lo cual modestamente me parece muy bien.
Pero ya no llega nunca el cantaor de saetas que solía aparecer porque pasaba por allí que era cuando casualmente se había alcanzado la hora de los postres. Y esto lo siento de veras.
Entorno los ojos y escucho al Niño Salas, apoyándose en la mesa de la presidencia que era donde, al término del acto, recibiría con toda discreción el agradecimiento monetario del hermano mayor.
Todos los hermanos antiguos coincidimos. Cambian los tiempos y cada vez cuesta más sofocar la nostalgia.
Me atrevo a sugerir que las hermandades aprovechen las nuevas tecnologías para registrar en DVD estos recuerdos. Fáciles de encontrar en ellas sin necesidad de organizar ningún ágape de restaurante.
Se podría conseguir un magnífico archivo. ¿A que sí?
1 comentario:
Hermano lo encuentro nostálgico, tendrá que echar algunos ratos de mesa camilla con D. Antonio Oliva antes que avence más la luz vespertina.
Me alegra que lo pasara bien, me entristece el comentario de los disidentes.
Un abrazo.
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