Se le murió a su familia… se le murió a sus amigos… se le murió a Sevilla.
Diego Lencina era un sevillano de barrio, urbanita de San Lorenzo, amante de su ciudad y conocido por todos… posiblemente menos por los ignorantes que llegan de fuera y se apoderan de las riendas de esta, antaño riente, urbe cuyas largas sombras actuales tanto entristecían su ánimo.
Se murió, según informan las notas necrológicas, porque le falló el corazón. No podía ser de otra manera. El lo había puesto antes al servicio de sus cofradías, sobre todo de la Soledad, al cuidado de la ciudad que lo vio nacer, y al desvelo prolongado de la ilusión infantil responsabilizándose durante muchos años de la organización de la Cabalgata de Reyes Magos del Ateneo.
Ahora recuerdo como nunca la ternura que me producía cruzarme con él por una plaza de la Gavidia, tórrida bajo el sol de julio, y confesarme que había quedado citado con unos carpinteros que le iban a ofrecer un presupuesto para una carroza nueva… o simplemente a ordenar papeles porque en la hora de la siesta veraniega podría trabajar con mayor sosiego.
En otras ocasiones el encuentro se prolongaba porque estaba obsesionado por tal o cual deterioro urbano que ya había denunciado a la prensa… o por la pérdida de alguna que otra tradición de fiestas religiosas o profanas sepultadas por la arena volátil de los tiempos nuevos.
Cuando las instituciones ciudadanas o de la Comunidad andaluza reparten sus premios anuales y, en ocasiones, uno tiene que detenerse en los apuntes biográficos de los distinguidos para saber quienes son, yo buscaba siempre el nombre de Diego, como el de otros muchos sevillanos honrados que adoran a su ciudad y trabajan por ella sin pedir nada a cambio. Lógicamente no lo encontré nunca.
Ya no hay tiempo para corregir este olvido. Diego Lencina, el celador de cruz de la Soledad de San Lorenzo, el antiguo miembro del Consejo General de Cofradías, el tesorero del Ateneo durante muchos años, el coordinador de la Cabalgata de Reyes hasta el 2001 y el Rey Gaspar de 1997, va subiendo ahora al Cielo pisando unos escalones de espuma de algodón que sujetan un coro de chiquillos sonrientes que le piden caramelos.
Para su mujer, sus cuatro hijas y su yerno Fran López de Paz vayan mis palabras de pésame y mi recuerdo emocionado.
2 comentarios:
Tristemente se paró ese gran corazón que hace tiempo dejó de pertenecer al bueno de Diego Lencina, lo donó como mejor legado de generosidad y amor a su Sevilla del alma. Tras una incesante lucha contra los males que lo asechaban estos últimos meses, sin desfallecer y manteniendo la sonrisa contagiosa que le caracterizaba, el bueno de Diego se marcha a repartir ilusiones a la Gloria sevillana.
A ese Cielo en el que habitan los buenos hijos de Sevilla, al Cielo de los naranjos y de los geranios. Sin lugar a dudas en la Sevilla Celeste existe una Plaza hermana de aquella bendita esencia de pura sevillanía en la que anidan los vencejos del tiempo, esos que preconizan en los amaneceres más hermosos del Universo el retorno de Dios a su Morada Basilical, esa Bendita Plaza que es testigo de la Soledad mejor acompañada.
Los vencejos enjaulados en las copas de la memoria lloran con tristeza la marcha del buen hombre que vivía y soñaba al mismo tiempo con esa Sevilla eterna e inmortalizada en el letargo de los siglos que se llevó lo mejor que llevaba dentro.
Cada Sábado Santo La Soledad de San Lorenzo traspasa el umbral del Templo del Santo Mártir llevándonos a la triste realidad del fin de un sueño, se cierran las puertas y el sonido rotundo de un cerrojo nos rompe el alma. Nos acercamos presurosos al portalón para rogar a Dios por un nuevo y cercano Domingo de Ramos.
Diego Lencina se marcha como la Soledad, cerrando con divino broche una vida dedicada a Sevilla y su familia. Se marcha a pocos pasos del punto cero de la Sevilla devocional y profunda. Sus ojos se cerraron por completo y su cuerpo partió a reposar en el regazo de la Bendita Rosa del Sábado Santo.
Te esperan en el Cielo esos angelitos que se marcharon de nuestra Ciudad sin tiempo siquiera para disfrutar de una Cabalgata de Reyes Magos. Hoy son felices porque por fin podrán recibir el mejor regalo de sus vidas en manos del Rey Gaspar.
Hasta siempre querido Diego.
Desde mi retiro en Madrid, donde ya llevo la friolera de 55 años, leo con pena la marcha de mi buen amigo y vecino Diego Lencina. ¿Quién me seguirá hablando de las cosas de nuestra Sevilla? Cada encuentro con él en San Lorenzo, la Gavidia, ... era una crónica de la actualidad sevillana que me ponía al corriente de lo que pasaba. ¡Sintonizábamos tan bien! Ahora ya te veré ante la reja de la Soledad, o ... ante mi Virgen del Dulce Nombre. Es igual, pero seguro, seguro que también te veré en la esquina de Conde de Barajas cuando yo pase detrás del Gran Poder. Un abrazo.
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