viernes, 28 de octubre de 2011

En la muerte de un sevillano normal

Cuando yo estudiaba periodismo en Madrid me fui, en compañía de un colega de profesión ya fallecido, a hacer un trabajo de campo de investigación de hábitos de consumo de periódicos.

Elegimos como área de actuación las peluquerías de caballeros y las salas de lectura de los casinos y fácilmente pudimos colegir que los mayores se iban a las páginas de información política y a los sesudos comentarios y análisis de la actualidad, cuando no a la bolsa y las finanzas… los de juventud avanzada a las separatas de deportes… los jovencillos a las carteleras y programas de televisión y… los viejecitos a las mortuorias.

Manuel Bellido Angulo, un publicitario innovador, intuitivo y genial, típico y original self made man, hombre hecho a sí mismo, fundador de su agencia, Publicidad Bellido que disponía de amplias oficinas en Sevilla, en la céntrica calle General Polavieja, entraba todas las mañana a afeitarse en la Peluquería de Berro que se abría muy cerca, afirmando que le relajaba sentarse en el sillón y dejar acariciar su rostro por las expertas manos del barbero y, con la gracia de su lugar de nacimiento, había venido al mundo en Triana, abría un periódico del día y exclamaba

-- Voy a ver quien se ha quitado del tabaco.

Yo no tuve que ojear periódico alguno para saber que uno de mis mejores amigos había iniciado ya el paseíllo. Me llamaron por teléfono para decírmelo. Y utilizo el término taurino paseíllo que me parece muy apropiado porque se trataba de Juan Carlos Torres Reynaud, fundador y presidente eterno de la Tertulia de los Trece, grupo de aficionados a la Fiesta Nacional (encuentro un recóndito placer en chinchar a los sectarios catalanes que detestan el término)
que premia cada año al mejor novillero que haya actuado en la Maestranza.

Juan Carlos era también un distinguido cofrade, perteneciente desde su más temprana infancia a la Hermandad del Museo en la que su padre, el histórico Luis Torres , encabezó el grupo creador del Lunes Santo.

Estuvo entre los fundadores de “El cirio apagao” que entrega cada año las tapas al pregonero de la Semana Santa y fue, en suma, uno de esos sevillanos amantes fervorosos de las tradiciones de su ciudad.

Tras leer su mortuoria supuse que los que hoy escriben de toros y cofradías en la prensa tradicional o en Internet le dedicarían unos renglones. No he encontrado nada. Tal vez es que no haya buscado bien.

Mi recuerdo personal, modesto, pero emocionado, está aquí. Y mi promesa de oraciones ante su Cristo de la Expiración o su enternecedora Virgen de las Aguas. Y hasta el azahar de su florecido paso de palio con la muy sevillana nota distorsionadora que pretende alejar la tristeza de los momentos en que se vela el cadáver: Perico Valiente, con su locuacidad forense de letrado en ejercicio, miembro de la tertulia taurina, ante su apariencia frágil y su tradicional mala salud de la que Juan Carlos hacía gala, le llamaba siempre “nuestro difunto presidente”.
Creo que fue Martina Blatiere, secretaria de la tertulia, la que me dijo por teléfono al darme la noticia: “nuestro difunto presidente… ya es difunto de verdad”.

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