Se fue Septiembre, eslabón entre el verano y el otoño, el azul del mar y el oro tenue de los bosques dormidos.
Deja convertidos en líquido prometedor de venturas báquicas que escancian las piqueras de los lagares a los pámpanos que teñían de opulencia las lomas de los viñedos y a los olivos liberados de la carga esmeralda de las aceitunas.
Los ángeles custodios entornaron su puerta cuando faltaba una jornada para su final previsto, entre inocentes recuerdos infantiles, “Ángel de mi guarda, dulce compañía…” y confirmación de su existencia por la pluma de un gigante de la espiritualidad que se llamó Juan Pablo segundo en las páginas de uno de sus libros.
Cuando octubre se sienta en el carruaje de Cronos, el viejo otoño le ha precedido renqueante casi una semana .
No corren buenos tiempos para él. La vejez no está de moda. No lo estuvo del todo nunca y menos ahora cuando Google sustituye la sabiduría de los ancianos por precisiones informáticas. “A las mujeres guapas, me decía una vez Manolo Barrios, los viejos no les podemos dar más que dos cosas: o dinero o lástima”.
Ni una dádiva ni otra se han actualizado. Las pensiones se congelan y la conmiseración se resquebraja con la doctrina Mas.
Hay que teñirse el pelo, mantener la línea y olvidarse de exhumar los recuerdos marchitos que ya no interesan a nadie.
¿Qué quieren que les diga?... Personalmente tampoco me agrada la ancianidad. Lo confesé en un soneto que ha volado hasta mil falda desde el libro en el que encontró acomodó como guarda páginas.
A mi también me gusta no ser viejo,
sintiéndome otra vez ilusionado,
si atisbo que sonríen a mi lado
muchachas que contemplo sin complejo.
Porque ser viejo joven es reflejo
de eterno sentimiento enamorado,
de vida que, sin anclas de pasado,
recicla con certeza su trebejo.
Abierto a la sorpresa mi camino,
se alarga con rock duro de sequía,
quizás ante el puñal de un asesino,
en tanto que el sol sale cada día
y pájaros que cantan a porfía
saludan con septiembre al nuevo vino.
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