martes, 24 de enero de 2012

Se ha ido y no me lo ha dicho.

Yo lo sabía. Me pregunto cómo llegó a mi conocimiento y no atino a recordarlo. Creo que luego no se ha producido un caso semejante. Le telefoneó en una ocasión el presidente del Consejo General de Hermandades y Cofradías para invitarle a dar el Pregón y su respuesta fue una negativa amable, agradecida y suave, pero firme e indeclinable.

¿Por qué?... me atreví a preguntarle cuando el grado de nuestro mutuo conocimiento había ascendido al de amistad firme y permitía la confidencia en el terreno de la espiritualidad, la oratoria y las cofradías.

Un día te lo diré, fue su enigmática respuesta.
Lo ha llamado Dios, ha emprendido el viaje definitivo y no ha habido ocasión que pudiera ser aprovechada para desvelar el secreto.

Leí su mortuoria en el ABC días pasados. Y dos textos necrológicos imposibles de mejorar. Me dije que Sevilla y sus hermandades de penitencia se habían perdido un excelente pregonero. Y que parte de su discurso lo habría ido musitando en silencio cada año, recogido en la clausura de su antifaz, aferrado a una de las maniguetas del paso de su Cristo.

Tan discreto era como relevante consiguió ser. Sin darse importancia nunca.

Llegado a este párrafo, medito si habría de sentirse incómodo con estas líneas si desvelo su identidad y, por eso, voy a reservarla. Aunque me cueste.

Creo con plena certeza que ha sido uno de esos sevillanos ejemplares que al perderse en el horizonte para siempre dejan marcadas sus huellas en la arena por debajo de los dedos precipitados de los vientos.

E insisto en mi convencimiento de que hubiera sido un magnífico y hasta me atrevería a afirmar que inmejorable pregonero en estos tiempos en los que, cercano ya su medio siglo de historia, se ofrecen desvaídos muchos recuerdos del Concilio Vaticano segundo.

De la confesión de fe en la persona de Jesucristo deriva la verdad del hombre, de la Historia y del mundo, afirmaron los padres conciliares en la Constitución Gaudium et Spes y,en otra, en la Dei Verbum, recordaron que la Escritura es palabra de Dios.

Hoy, cuando en tantos actos pretendidamente cofrades, el verbo pierde categoría y la palabra brillo, no puede extrañar que un cristiano riguroso que hizo del servicio a la justicia el objetivo primario de su vida, pronunciara aquella negativa.

Prometió decirme por qué, pero desde entonces no volvimos a encontrarnos. Y ya se ha ido.

1 comentario:

arimatea en el exilio dijo...

Bueno, tendré que llamarte por tlf a casa para saber quien es.