La primera semana íntegramente laboral de enero, tras las intermitencias de las fiestas de Navidad, Año Nuevo y Reyes, nos ha dejado una estridente estela de luces fosforescentes de teatro de guignol. Una especie de “pipirajaima del titirimundi” como tituló Julio Martínez Velasco aquel escenario de marionetas en el que las figurillas de cartón y madera interpretaban su “Aventura de don Juan”.
Dirigía yo entonces la Radio Popular en Sevilla, en cuyos estudios de la calle Virgenes había abandonado por completo su indicativo inicial de Radio Vida, pero todavía no había acabado de implantar el de la Cope.
En esta sucesión de escenas de la farándula se sitúa la foto del presidente Griñán apareciendo por la escotilla desde la bodega de un barco,pero con toda la pinta de estar abandonando con cara de circunstancias el panteón de la familia.
Y a seguidas se muestra la toma cenital de una Carmen Chacón en la peor de sus posturas que es la que ni ella ni su marido, el reputado experto en manejos mediaticos y marketing político Miguel Barroso, pueden evitar: cuando camina con ese arte que le dio Dios de atravesar un pié delante del otro amagando siempre una caida posible.
Carmen ha dejado de llamarse Carma. Ha bajado al sur de la Cerveza Cruzcampo y se ha mudado de Carma a Carmen queriendo ser la Carmen de España y no la de Merimé, como sus viejos compañeros de partido se cambian la chaqueta de pana por los trajes de Loewe según las circunstancias.
Carmen ha guardado en el fondo del arcón de los olvidos presurosos el texto de los gritos con los que coreaba a Rubianes el de la “puta España”.
Ahora es andaluza de Olula, la población almeriense, de donde se obtiene el material necesario para esculpir los rostros de mármol. Todo se explica.
Arenas es absolutamente preciso. Y cuanto antes. El frágil escenario tras el que se esconden los que mueven los hilos de los títeres para seguir llevándose el dinero tiene que desaparecer. La cosa está muy seria como para seguir contemplando bobaliconamente un teatro de marionetas.
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