Lo decía Lola Flores con su gracejo irrepetible: “Compare, cómo juye la vía”…
El uno de abril del 1990 di yo el Pregón de Semana Santa en el escenario del Lope de Vega. Han pasado veintidós primaveras, veintidós abriles, veintidós pregones.
Me lo recordaban el otro día en TeleSevilla, José Antonio Rodriguez Benítez y Esteban Romera en el curso de una entrevista homenaje que me hicieron y de la que aprovecho esta ocasión para mostrarme profundamente agradecido.
“Juye la via”, sí. Casi un cuarto de siglo se ha esfumado sin que lo haya advertido. Los cofrades actuales menores de treinta y cinco años ni entonces tenían edad para ir al teatro, ni probablemente les apetecía mucho escuchar esa larga perorata que sonaba desde la radio. Para la juventud madura de nuestras hermandades y cofradías puedo ser un perfecto desconocido, excepción hecha de los bibliofilos y los buscadores en Internet.
En las imágenes rescatadas del programa de TeleSevilla me he reconocido recitando sin mirar los papeles el final de mi pieza oratoria y he experimentado la misma sensación de entonces de no haber podido decir todo lo que quería por atenerme a la férrea disciplina del reloj.
Me rogaron los miembros del Consejo que no superase la hora y cuarto y me atuve a su petición.
Pero esta inquietud fue tan persistente que, mientras mudaba el chaqué por ropa de calle en la habitación del Hotel Alfonso trece donde tenía lugar el almuerzo al pregonero, redacté un romance con el que cerré las palabras que debía pronunciar a los postres.
Lo publiqué en el libro “Otra Chicotá” y dice así:
Mira, hermano nazareno:
Tu Cristo y tu Virgen son
lo mejor del mundo entero.
Y yo lo se. Y lo escribí.
Y tuve en el aire preso
imágenes sin parar
de los felices momentos
de lo que es tu Hermandad,
y de su vida por dentro,
y lo que pone en tu barrio
temblores de sentimientos
cuando tu Cristo se asoma
por las esquinas del templo
y sigue tras El tu Virgen
y no hay palabra ni verbo
ni frase que se aproxime
al exquisito concepto
y al piropo que merece
esa Señora del Cielo.
Pero, ya ves, tanto amor,
tanta emoción, tanto bello…
en el pregón que aprendí
se condensó sin quererlo.
Mas que lo sepas que sí,
que tengo esa pena dentro:
que sabiendo lo que se
de tan sublimes momentos,
de ese quinario lucido,
de esos pasos tan bien puestos,
de esas flores, de esos cirios,
de ese trabajo bien hecho,
que, como siempre, bordaron
los hermanos costaleros…
de esa gente, más que nunca,
y más también nazarenos
y más fervor en la calle,
y más oraciones dentro,
y más saetas valientes,
y más, en fin, más contento
porque todo salió bien
un año más, siendo eso
tan conocido por mí…
me lo dejé en el tintero.
No tengo perdón de Dios.
No tengo. No… lo merezco.
Y no es verdad. Porque, ¿sabes?:
Con el perdón de mi Padre
es algo con lo que cuento.
Perdón si tuve, lo se.
Lo que no tuve fue… tiempo.
Por eso, perdón a ti
te pido buen nazareno.
A prolongar el reloj
no enseñan al pregonero.
Pero que sepas que sí:
Yo, como tú, así lo pienso:
¡Tu Cristo y tu Virgen son
Lo mejor del mundo entero!
Era otra época. Hoy este verso hubiera carecido de sentido y de oportunidad.
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