Me atrevo a modificar un poco la letra de las hermosas sevillanas porque me lo pide el corazón. Manolo Yruela, tan amigo de tantos cofrades como entrañablemente mío, nos ha dejado en plena Feria de Abril,cuando su sonrisa amable, encendida siempre. debía estar en la Caseta del Ayuntamiento, representando ad honoren a ese Consejo de Cofradías en el que las Hermandades del Lunes Santo lo incluyeron en repetidas ocasiones.
Mala fecha para morirse cuando la ciudad se abre al mundo con el mensaje arrollador de la paz, la alegría y la concordia de su inimitable cita abrileña. Manolo era cultivador insistente de estas virtudes. Desde su periscopio, encaramado tras el mostrador de su relojería en la plaza de San Francisco, atisbaba la realidad del acontecer ciudadano, pero sobre todo el de sus hermandades y cofradías en las que por propios merecimientos había alcanzado un indudable prestigio.
Todos mis libros cofrades contienen numerosas sugerencias y aportaciones valiosas debidas a su experiencia y sabiduría. El era paciente y, en ocasiones, hasta sufrido lector de mis escritos. Y a él debo su ejemplo de sevillanía y el testimonio jamás violado de estar siempre al servicio de las cofradías sin pretender jamás servirse de ellas.
Le rodaron mal las cosas en los últimos tiempos. No tuvo hijos y su esposa falleció hace poco en trágicas circunstancias. Hombre de fe acrisolada y de caridad llevada al delicado extremo de no molestar a nadie intentó asumir su nueva situación sin pedir ayuda... Fue imposible. Ingresado a duras penas en el Hospital Macarena, al despuntar la mañana del viernes dejaba de existir.
Mucho se muere en el alma cuando se va un amigo como él.
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