Mi abuela
Juana María, con la gracia tartésica de sus coetáneos de la antigua Murex, hoy
Villamanrique de la Condesa, decía de
quien miraba con un ojo semicerrado, como le ocurre al independentista
catalán Oriol Junqueras, que tenía un
ojo “cagao”.
Esa era
su frase. No la mía. Me limito a reproducirla con el cariño que me suscita su
recuerdo, similar, a sensu contrario, al desprecio que me ocasiona la
estilizada figura (cierra comillas) del atravesado político de la Generalitat.
Debo
reconocer que me produce náuseas evocar su imagen grasienta y la de su escudero
Artur Mas, inmerso éste en la burbuja que él mismo se ha creado llena de tics
insoportablemente chulescos. Lo hago empujado como aquel Vicente que caminaba
donde iba la gente.
Estamos a
mediados de noviembre. A un mes mal contado para las Navidades. No se cómo se
dice cabreado en catalán, pero imagino que los empresarios de la tierra estarán
así. Sobre todo los del champán. Vaticino
que pierden el tiempo.
A Mas lo
han vacunado de mesianismo y a Junqueras le vienen muy bien sus síntomas de
inoculación.
En este
nuevo viaje de la Bounty el iluminado president es el soberbio y orgulloso
capitán Bligh, pero todavía no ha aparecido el necesario y eficaz Marlon Brando
que ponga fin a la aventura suicida.
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