Madre mía, te suplico
que
entendimiento me mandes
porque es
que yo no me explico
cómo una
pena tan grande
cabe en
pañuelo tan chico.
Cinco
renglones para una letra de saetas. La cantaba Pili del Castillo. Se la
escribió Manolo Garrido, el inspirado autor de las sevillanas del “Adios” con
las que despedimos sonoramente al Papa cuando vino. El poeta cumplió ayer 90
años. Hoy lo recuerda en el Diario de Sevilla con un texto precioso Carlos
Navarro Antolín.
He buscado
la tarjeta de visita que contiene su domicilio de siempre en la Barzola y su
teléfono, de siempre también, que después del prefijo nueve cinco cuatro
empieza por treinta y cinco y he charlado distendidamente con él como cuando
paso por la Campana, cercano ya el mediodía y me lo encuentro sentado en su
mesita habitual, delante del escaparate de la confitería, tomando, a esa hora,
su café con leche del desayuno.
Hablar
con Manolo es evocar esa ciudad perdida que nos parece que está detrás de la
esquina, pero se ha evaporado para siempre.
En
aquellos tiempos en los que cada emisora disponía de su correspondiente cuadro
escénico él era compañero de dos actores radiofónicos más que trabajaban como
empleados de banca en las oficinas suntuosas que tenía el Central en la Avenida
de José Antonio. Garrido también lo era. Sus colegas pertenecían al cuadro de
dramáticos de la emisora en Sevilla de Radio Nacional. Manolo, al de Radio
Sevilla. Los primeros se llamaban Enrique Campa y Sebastián Blanch y éste
último era, además, profesor en el Conservatorio. Los dos destacaban como
consumados recitadores y, por si fuera poco, actores que completaban los
repartos de los montajes que acometía el Teatro Español Universitario, tanto de
obras extranjeras,”La hermosa gente” de Paul Saroyan o “La guerra de Troya no ocurrirá” de Jean
Giradoux, como de autores hispanos, Alfonso Sastre o Martín Recuerda siempre en
el incómodo punto de mira de la censura.
Manolo
Garrido no se aprendía textos escritos por los demás. Los hacía él. Y los sigue
haciendo.
Noventa
años no se cumplen todos los días y nadie puede negar que es una hermosa
fórmula para dejar de ser octogenario.
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