Como las
personas, las cosas se mueren también. Poco antes de dar comienzo el mes de los
difuntos se ha muerto una librería en Sevilla, la de Repiso que estaba en el
centro de la ciudad, en la calle Cerrajería. Y su extinción deja un reguero de
apenados deudos entre los que nos alineamos los que escribimos y tratamos de ver
en papel el fruto de nuestras cavilaciones.
Corren
malos tiempos para la literatura impresa. Un catedrático que tuve en la
Facultad de Periodismo de la Complutense, ya jubilado, que disfruta las horas
de su retiro en un chalecito de la sierra madrileña, llevaba el otro día una
bolsa de libros a la biblioteca del pueblo en cuya demarcación reside cuando
alguien le advirtió que abortase el viaje porque la bibliotecaria ya se negaba
a recepcionar obras en papel. Solo admitía pendrives.
Así
estamos. Repiso ha cerrado por falta de ayudas. La bibliotecaria madrileña
justifica su decisión por falta de sitio. En verdad en un caso y en otro lo que
faltan son lectores. Los sociólogos dictaminarán por qué. Si es que disponen de
tiempo y de ganas para ello, tras las extenuantes jornadas que deben pasar
analizando la situación política del país.
Uno de
estos sabios, el profesor Amando de Miguel, gratísimo como redactor científico
y como tertuliano en grupos de analistas de radio, confesó el otro día que no
tiene un duro, que solo come filetes cuando le invitan y que el toro de la
crisis le ha empitonado con dos cuernos hipotecarios.
Dios nos
libre. El dinero no está. Entre el clan Pujol, los pelotazos de la Comunidad de
Madrid y esa ristra de asuntillos que se devanan en los juzgados andaluces por
doña Mercedes y sus ilustres compañeros, se ha evaporado. ¡Así cómo van sobrar
unos euros para comprar libros!
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